Finalizaba el siglo XIX con una Hermandad completamente desestabilizada, incapaz de hacerse con las riendas de su gobierno, teniendo como última solución recurrir a la parroquia para que esta pusiera orden en la situación. El por entonces párroco, D. Félix José Carraggio, convocó el 23 de junio de 1901 un Cabildo de elecciones donde resultaba elegido D. Ventura Muñoz como Hermano Mayor para con su labor intentar revitalizarla.
Esta Junta de Gobierno hace frente a la obra que la capilla necesitaba con la ayuda y el compromiso del barrio. Para ello, y con el fin de potenciar la vida dentro de la capilla, se albergó a la nueva Hermandad de penitencia del Santo Cristo de Regina y Nuestra Señora de los Dolores y se intentó también, aunque en vano, refundar la extinguida Hermandad del Santo Cristo de la ‘Bofetá’, Santo Cristo del Amor y Nuestra Señora del Dulce Nombre.
Tras el mandato de D. Ventura Muñoz, ocupa la dirección de la Hermandad D. Rafael Domínguez, desde 1914 hasta 1923, siguiendo con la misma idea que la anterior mesa de gobierno al intentar de nuevo refundar la Hermandad de la Vera Cruz, prácticamente extinguida en el Convento de San Alberto desde fines del siglo XIX. Como sucediera en las anteriores tentativas la Autoridad Eclesiástica deniega el traslado en mayo de 1922 dando por cerrado los intentos de esta corporación letífica de fusionarse con otra penitencial.
Fueron estos años de las primeras décadas del siglo XX momentos de tensión con la Parroquia ya que quería ocupar la capilla como lugar para impartir catequesis, encontrando la negativa de los oficiales de Junta. Puesto al corriente el Arzobispado, el prelado decreta la formación de unos estatutos para establecer las relaciones Hermandad – Parroquia. La falta de acuerdo motivó la reforma de Reglas de 1923 que contemplará el mantenimiento de los actos litúrgicos en la capilla en honor a la Virgen y el rezo del Rosario.
Tras la aprobación de las Reglas, el delegado del Arzobispado comienza a citar a los anteriores miembros de la Junta de Gobierno con el fin de promover una directiva que tomase la iniciativa. Sería D. Enrique Gómez Millán, amigo personal de D. Francisco Javier Lasso, quien tomara cartas en el asunto y quien fuera elegido Hermano Mayor.
Comienza así uno de los momentos de máximo esplendor de la corporación. Su línea de actuación fue muy amplia. Amparado por el clero, se potenció el culto en la capilla, comenzando con la celebración del mes de María en mayo. Se volvió a realizar la procesión de la Virgen del Carmen, después de cuarenta años, el domingo 20 de julio a las 8 de tarde. Llegado el mes de octubre se logró oficiar la solemne novena desde el 7 al 15 de octubre. El 19 de octubre a las 4.30 horas de la madrugada se celebró un Rosario de la Aurora hasta el convento de San Clemente, participando los campanilleros, hecho que tuvo mucho eco en la ciudad. En la tarde de este mismo día tuvo lugar la procesión de la Virgen por las calles de la feligresía. Finalmente, en este mismo año de 1924, tuvo lugar la recuperación de las Jornaditas y la Misa del Gallo.
La nueva Junta de Gobierno hizo que el barrio volviera a integrarse en la Hermandad. Se da un aumento considerable de la nómina de hermanos lo que pone de relieve el fruto de dichas gestiones. Para dar acogida a estos, se promovieron nuevos grupos con cierta autonomía y de tradición en la Hermandad. Todas las imágenes fueron asignadas a camareras, siendo la más significativa Aurora Balbontín, asistente de la Virgen del Rosario. Tal fue la participación de las mujeres, que se creó una “Asociación de mujeres” encargadas del mantenimiento de la capilla. Igualmente, a D. Gómez Millán se debe la recuperación del Coro de Campanilleros, quien alcanzó bastante popularidad en la ciudad como grupo clásico en sus formas y composiciones, en un momento en que estos tipos de agrupaciones musicales están muy degeneradas.
Esta nueva situación permitió hacer frente a una nueva restauración de la capilla cuyas labores fueron dirigidas por el arquitecto D. Antonio Gómez Millán. La obra consistió en el saneamiento de la sacristía y el muro de la Epístola, actuaciones en la cubierta de la iglesia y la reparación de la espadaña.
Las relaciones con el clero se resolvieron de forma definitiva. El párroco de San Vicente, por entonces D. Francisco de Torres y Galeote, mantiene una actitud cordial con la Hermandad asistiendo incluso a sus cultos. Tal y como pretendían, la capilla tiene entre sus usos ser un centro catequético donde cada domingo se adoctrina a los niños de la collación. Toda esta labor de acercamiento se debe a D. Francisco Javier Lasso, delegado del prelado. Por todo ello, tras recibir los informes positivos de la gestión, el Cardenal Ilundain visitó la capilla el 15 noviembre de 1924, quedando tan complacido por el protocolo de recibimiento que entonó una Salve en acción de gracias y concedió Indulgencias parciales a todo fiel que rezase delante de la venerada imagen.
Durante estos seis años los cultos en honor de la Virgen se vinieron aconteciendo sin interrupción salvo en el año de 1928 en que por problemas económicos se prescindió del Rosario de la Aurora. De estas procesiones matutinas hay que señalar la de carácter extraordinario celebrada el 28 de noviembre de 1926 a petición del párroco de San Vicente con motivo del año Jubilar, de cuyo acto se hizo eco la prensa. La Virgen procesionaba el domingo siguiente a la finalización de la novena con un extenso recorrido. De nuevo encontramos la presencia de más de un paso en el cortejo, como en octubre de 1930 que salió un segundo paso con el Niño de Dios, cuyas andas fueron cedidas por el Convento del Santo Ángel. El interés por difundir a todo el ámbito sevillano la devoción por la Virgen del Rosario, favoreció la participación en la Exposición del Congreso Mariano, llevando la imagen, sin paso, a la Iglesia Colegial del Salvador.
La legislatura de Gómez Millán concluye con grandes fastos de acción de gracias por la obra de rehabilitación de la capilla que se prolongó en el tiempo debido a la tardanza del taller cerámico en la confección de los paños de azulejo. El sábado 29 de marzo se celebró por la noche un Rosario hasta la calle Liñán para bendecir un retablo cerámico de la Virgen costeado por el entonces Mayordomo D. José Sousa Catalán. Al día siguiente se bendijo la capilla por D. José Sebastián y Bandarán y en la tarde de ese mismo día, el Cardenal visitó la fábrica para comprobar el resultado de la obra.
En octubre de ese mismo año se celebró una Novena en honor a la Santísima Virgen la cual tuvo lugar entre los días 27 de septiembre al 5 de octubre siendo muy numerosa la participación de devotos y vecinos del arrabal. Tal era el auge de la Hermandad en este tiempo que durante la novena, todas las mañanas a las 9 h se daban catequesis a los niños del barrio y de la Hermandad con el fin de prepararlos para la Comunión General que tendría lugar el día de la Función. En este sentido, es curioso señalar, que el día jueves 2 de octubre, a las 19 h, se celebró un Rosario Público de Niños en cuyo cortejo, tras un primer tramo de jóvenes portaban unas andas con el Niño Jesús, tras las cuales iba un tramo de adultos y el Simpecado de Gala de la Hermandad.
Finalmente, estos cultos concluyeron con el Rosario de la Aurora y la Procesión de la Virgen por las calles del arrabal con el siguiente itinerario: Torneo, San Laureano, Alfonso XII, S. Vicente, Cardenal Cisneros, Jesús, Marqués de Tablantes, Mendoza Ríos, Duque de Veragua, Res, Alfaqueque, Antonio Salado, Puerta Real, Goles, Marqués de Tablantes, Torneo, Dársena, Barca, Locomotora, Bajeles, Torneo.
A D. Enrique Gómez Millán lo sustituirá en el cargo D. José Orozco Buzón quien fallece al poco tiempo de ser elegido, sustituido por D. José Sousa Catalán hasta que en 1934 vuelve a ser reelegido Gómez Millán.
Con motivo del final de la Guerra Civil, se celebraron cultos en acción de gracias. Durante los días 10 al 12 de octubre tuvo lugar en la capilla un Triduo en honor al Santo Cristo de la Paz perfectamente en sintonía con la efeméride que acontecía en el país. Igualmente hay que señalar el Rosario de la Aurora que hizo estación al convento de Santa María la Real, de monjas dominicas, el 1 de noviembre de 1939 con el mismo motivo.
Con la figura de D. Andrés Dorronsoro se abre un nuevo episodio dentro de la historia de la Hermandad durante el siglo XX, ya que ejercía como director y propietario de la Clínica de la Inmaculada, inmueble anexo a la capilla por el muro de la Epístola. La capilla fue empleada para dar servicio religioso a los enfermos de la residencia, mientras que las religiosas se hicieron cargo de mantener el aseo y el culto de la misma, cuyo espacio sagrado servía como oratorio privado para la comunidad. Esta situación, junto a la hospitalización del Cardenal Segura en 1940, favoreció la apertura de una puerta que comunicara la clínica con la sacristía de la iglesia. Así comienza una serie de diferencias entre los hermanos y el hospital, ya que la capilla adquiría, con este hecho, un cierto carácter privativo que no era justificado.
En 1946 se realizan una serie de reparaciones en el tejado, sufragadas gracias a las limosnas del vecindario y a las aportaciones de los bienhechores. Tras varias obras de reparación en las décadas de los cuarenta y cincuenta, la situación se agrava y en un Cabildo celebrado en agosto de 1969 se acuerda, como medida de seguridad, suspender todo tipo de culto en la capilla, aprovechando la ocasión para restaurar a la Santísima Virgen por el imaginero Luis Álvarez Duarte. El estado ruinoso de la ermita y la falta de fondos para hacer frente a la obra pone en serio peligro el inmueble, el cual es intentado derribar por la empresa constructora que estaba edificando el bloque de pisos inmediato a la capilla. El desafortunado proyecto consistía en la demolición del inmueble sagrado, cediendo a sus propietarios el bajo del nuevo edificio para el culto, propuesta apoyada por el Arzobispado. La gestión de la Junta de Gobierno encabezada por D. Rafael García Serantes, amparándose con las escrituras de propiedad, consigue frenar los objetivos de la constructora y del obispado salvaguardando la custodia de la capilla. Tras este episodio, se pone en manos del arquitecto D. Antonio Delgado Roig la elaboración de un proyecto de rehabilitación.
García Serantes, consciente de la situación, se afanaba por reunir el dinero necesario para sufragar los gastos de la restauración de la capilla con la colaboración de Felipa Díaz, cobradora que fue hasta su muerte de la Hermandad. Lógicamente el costo de la obra sumaba un importe que difícilmente se podría alcanzar con las humildes limosnas de los vecinos y hermanos. Si bien éste era el principal problema de la corporación, no menos importante era el culto a la titular que había quedado suprimido ante el cierre de la capilla. Con el fin de revitalizarlo D. Rafael se rodea de un grupo de jóvenes vecinos que inyectan savia nueva a la Hermandad. Viendo en ellos posibilidades, deciden convocar unas elecciones resultando elegido Hermano Mayor.
Como primera medida, en 1970, se decide trasladar a la Virgen de forma íntima a la capilla de las Mercedes de la Puerta Real para, en octubre, celebrar un Triduo en su honor y un rosario por las calles del barrio para el que se utilizaron las andas que la Virgen de las Mercedes. Culminados los cultos, la Virgen permanece en la capilla de la Puerta Real durante dos años, celebrando allí sus cultos. En este periodo, el Cristo de la Paz se veneraba en la capilla doméstica del hospital.
Durante estos años y gracias a numerosos donativos de personas anónimas se pudo reunir el dinero necesario y comenzó la obra de restauración de la capilla en 1972.
A iniciativas del entonces párroco de San Vicente, D. Ignacio García Junco, la Virgen se traslada a la Parroquia y recibe culto en el altar de San Miguel (hoy desaparecido) situado a los pies de la iglesia, en la nave de la Epístola.
En la parroquia se mantienen los cultos. Se consolida el Triduo y se instaura el Besamanos a la Virgen el día del Pilar. Los cultos consistían en un Triduo que culminaba con la Salida Procesional el domingo siguiente a la celebración, en la semana coincidente con el siete de octubre. Así se recupera la procesión suprimida desde 1943.
En 1972 se restauró la peana de madera y el trono de la Virgen. Se limpió la peana de cobre y se confeccionó el palio según diseño de D. Juan Carrero, ejecutando la orfebrería Jesús Domínguez. Como estreno destacado en este mismo año, fue la composición de la marcha dedicada a la Virgen, “Rosario de la Aurora”, compuesta por D. Antonio Pantión. Dicha pieza se estrenó en la Plaza Duque de Veragua interpretada por la Banda Tejera que acompañó el cortejo.
Concluidas las obras de restauración de la capilla en 1975 se vuelve a su sede y se reanuda el culto interno. Con el regreso, el Cristo de la Paz vuelve a recibir culto en el templo como titular de la Hermandad. Con la llegada al barrio, los vecinos vuelven a la Hermandad y se mantienen de forma regular los cultos, celebrándose la procesión en los años 1976 – 1979.