I. MISTERIO: LA ORACIÓN EN EL HUERTO
“Entonces fue Jesús con ellos a un huerto llamado Getsemaní, y les dijo:
-Sentaos aquí mientras voy a orar un poco más allá.
Llevó consigo a Pedro y a los dos hijos del Zebedeo; comenzó a sentir tristeza y angustia y les dijo:
-Siento una tristeza mortal; quedaos aquí y velad conmigo.
Después, avanzando un poco más cayó rostro en tierra y estuvo orando así:
-Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa de amargura; pero que no sea como yo quiero sino, como quieres tú.
Volvió donde estaban los discípulos y los encontró dormidos. Entonces dijo a Pedro:
-¿Con que no habéis podido estar en vela conmigo ni siquiera una hora? Velad y orad, para que podáis hacer frente a la prueba; que el espíritu está bien dispuesto pero la carne es débil.
Por segunda vez se alejó y volvió a orar así:
-Padre mío, si no es posible que pase sin que yo la beba, hágase tu voluntad”
(Mc 26, 36 – 42)
MEDITACIÓN
Después de la Última Cena, Jesús entra en el huerto de Getsemaní y también aquí reza al Padre. Mientras los discípulos no logran estar despiertos y Judas está llegando con los soldados, Jesús comienza a sentir «miedo y angustia». Experimenta toda la angustia por lo que le espera: traición, desprecio, sufrimiento, fracaso. Está «triste» y allí, en el abismo, en esa desolación, dirige al Padre la palabra más tierna y dulce: «Abba», o sea papá (cf. Mc 14, 33-36). En la prueba, Jesús nos enseña a abrazar al Padre, porque en la oración a Él está la fuerza para seguir adelante en el dolor. En la fatiga, la oración es alivio, confianza, consuelo. En el abandono de todos, en la desolación interior, Jesús no está solo, está con el Padre. Nosotros, en cambio, en nuestros Getsemaníes a menudo elegimos quedarnos solos en lugar de decir “Padre” y confiarnos a Él, como Jesús, confiarnos a su voluntad, que es nuestro verdadero bien. Pero cuando en la prueba nos encerramos en nosotros mismos, excavamos un túnel interior, un doloroso camino introvertido que tiene una sola dirección: cada vez más abajo en nosotros mismos. El mayor problema no es el dolor, sino cómo se trata. La soledad no ofrece salidas; la oración, sí, porque es relación, es confianza. Jesús lo confía todo y todo se confía al Padre, llevándole lo que siente, apoyándose en él en la lucha. Cuando entremos en nuestros Getsemaníes ―cada uno tiene sus propios Getsemaníes, o los ha tenido, o los tendrá― acordémonos de rezar así: “Padre”.
Papa Francisco. Audiencia 17 de abril de 2019
ORACIÓN
Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre desde aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén
Santísima Virgen del Rosario, Madre de los Humeros. Ruega por nosotros.
II. MISTERIO: LA FLAGELACIÓN DEL SEÑOR
“Viendo Pilato que no conseguía nada, sino que el alboroto iba en aumento, tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo diciendo:
-No me hago responsable de esta muerte; allá vosotros.
Todo el pueblo respondió:
-¡Nosotros y nuestros hijos nos hacemos responsables de esta muerte!
Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, se lo entregó para que fuera crucificado.
(Mt 27, 24 – 26)
MEDITACIÓN
El siervo de Yahvé, Jesús, sirvió hasta la muerte: parecía una derrota, pero era la manera de servir. Y esto subraya la manera de servir que debemos tener en nuestras vidas. Servir es darse a sí mismo, darse a los demás. Servir no es pretender para cada uno de nosotros otro beneficio que no sea el de servir. Servir es la gloria, y la gloria de Cristo es servir hasta el punto de aniquilarse hasta la muerte, muerte de cruz (cf. Flp 2,8). Jesús es el servidor de Israel. El pueblo de Dios es siervo, y cuando el pueblo de Dios se aleja de esta actitud de servicio es un pueblo apóstata: se aleja de la vocación que Dios le ha dado. Y cuando cada uno de nosotros se aleja de esta vocación de servicio, se aleja del amor de Dios, y construye su vida sobre otros amores, muchas veces idólatras.
El Señor nos ha elegido desde el vientre materno. En la vida hay caídas: cada uno de nosotros es un pecador y puede caer, y ha caído. Sólo la Virgen y Jesús… todos los demás hemos caído, somos pecadores. Pero lo que importa es la actitud ante el Dios que me eligió, que me ungió como siervo; es la actitud de un pecador que es capaz de pedir perdón, como Pedro, que jura que “no, nunca te negaré, Señor, nunca, nunca, nunca”, pero luego, cuando el gallo canta, llora. Se arrepiente (cf. Mt 26,75). Este es el camino del siervo: cuando resbala, cuando cae, pide perdón.
Papa Francisco. Homilía 7 de abril de 2020
ORACIÓN
Oh Dios, que has redimido a todos los hombres con la sangre preciosa de tu Hijo unigénito; conserva en nosotros la acción de tu misericordia para que, celebrando siempre el misterio de nuestra salvación, podamos seguir los frutos eternos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén
Santísima Virgen del Rosario, Madre de los Humeros. Ruega por nosotros.
III. MISTERIO: LA CORONACIÓN DE ESPINAS
“Los soldados lo llevaron al interior del palacio, o sea, al pretorio, y llamaron a toda la tropa. Lo vistieron con un manto de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron. Después comenzaron a saludarlo, diciendo:
-¡Salve rey de los judíos!
Lo golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, poniéndose de rodillas, le rendían homenaje. Tras burlarse del él, le quitaron el manto de púrpura, lo vistieron con sus ropas y lo sacaron para crucificarlo”
(Mc 15, 16 – 20)
MEDITACIÓN
La humillación de Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo. Humillado en el espíritu con burlas, insultos y salivazos; sufre en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas desfiguran su aspecto haciéndolo irreconocible. Sufre también la infamia y la condena inicua de las autoridades, religiosas y políticas: es hecho pecado y reconocido injusto. Pilato lo envía posteriormente a Herodes, y este lo devuelve al gobernador romano; mientras le es negada toda justicia, Jesús experimenta en su propia piel también la indiferencia, pues nadie quiere asumirse la responsabilidad de su destino. Pienso ahora en tanta gente, en tantos inmigrantes, en tantos prófugos, en tantos refugiados, en aquellos de los cuales muchos no quieren asumirse la responsabilidad de su destino. El gentío que apenas unos días antes lo aclamaba, transforma las alabanzas en un grito de acusación, prefiriendo incluso que en lugar de él sea liberado un homicida. Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales. La soledad, la difamación y el dolor no son todavía el culmen de su anonadamiento. Para ser en todo solidario con nosotros, experimenta también en la cruz el misterioso abandono del Padre. Sin embargo, en el abandono, ora y confía: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).
Papa Francisco. Homilía Domingo de Ramos 20 de marzo de 2016
ORACIÓN
Dios todopoderoso, mira la fragilidad de nuestra naturaleza y levanta nuestra débil esperanza con la fuerza de la pasión de tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén
Santísima Virgen del Rosario, Madre de los Humeros. Ruega por nosotros.
IV. MISTERIO: JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS
“Despreciado, marginado, hombre doliente y enfermizo, como de taparse el rostro por no verle. Despreciado, un don nadie. ¿Y de hecho cargó con nuestros males y soportó todas nuestras dolencias! Nosotros le tuvimos por azotado, herido por Dios y humillado. Mas fue herido por nuestras faltas, molido por nuestras culpas. Soporto el castigo que nos regenera y fuimos curados por sus heridas” (Is 53, 3 – 5)
MEDITACIÓN
¿Qué ha dejado la cruz en los que la han visto y en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Miren, deja un bien que nadie nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la cruz de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer […] Porque Él nunca defrauda a nadie. Solo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y la redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da la esperanza y la vida: ha transformado la cruz de ser un instrumento de odio, de derrota y de muerte, en un signo de amor, de victoria, de triunfo y de vida. La Cruz invita a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tienen necesidad de ayuda, a quien espera una palabra, un gesto. La Cruz nos invita a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de ellos y tenderles la mano.
Papa Francisco. Discurso 26 de julio de 2013
ORACIÓN
Señor, Dios nuestro, que has querido realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu Hijo, muerto en la cruz, concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este misterio, alcanzar en el cielo los premios de la redención. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
Santísima Virgen del Rosario, Madre de los Humeros. Ruega por nosotros.
V. MISTERIO: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
“Junto a la cruz de Jesús estaba su madre y la hermana de su madre, María, la mujer de Cleofás y María la Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre” Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 25 – 27)
MEDITACIÓN
Hoy podemos preguntarnos: ¿Cuál es el verdadero rostro de Dios? Habitualmente proyectamos en Él lo que somos, a toda potencia: nuestro éxito, nuestro sentido de la justicia, e incluso nuestra indignación. Pero el Evangelio nos dice que Dios no es así. Es diferente y no podíamos conocerlo con nuestras fuerzas. Por eso se acercó a nosotros, vino a nuestro encuentro y precisamente en la Pascua se reveló completamente. ¿Y dónde se reveló completamente? En la cruz. Allí aprendemos los rasgos del rostro de Dios. No olvidemos, hermanos y hermanas, que la cruz es la cátedra de Dios. Nos hará bien mirar al Crucificado en silencio y ver quién es nuestro Señor: El que no señala a nadie con el dedo, ni siquiera contra los que le están crucificando, sino que abre los brazos a todos; el que no nos aplasta con su gloria, sino que se deja desnudar por nosotros; el que no nos ama por decir, sino que nos da la vida en silencio; el que no nos obliga, sino que nos libera; el que no nos trata como a extraños, sino que toma sobre sí nuestro mal, toma sobre sí nuestros pecados. Y, para liberarnos de los prejuicios sobre Dios, miremos al Crucificado. Y luego abramos el Evangelio. […] Tú podrías objetar: “¿Qué hago de un Dios tan débil, que muere? Preferiría un Dios fuerte, un Dios poderoso”. Pero, sabes, el poder de este mundo pasa, mientras el amor permanece. Sólo el amor guarda la vida que tenemos, porque abraza nuestras fragilidades y las transforma. Es el amor de Dios que en la Pascua sanó nuestro pecado con su perdón, que hizo de la muerte un pasaje de vida, que cambió nuestro miedo en confianza, nuestra angustia en esperanza. La Pascua nos dice que Dios puede convertir todo en bien. Que con Él podemos confiar verdaderamente en que todo saldrá bien. Y esta no es una ilusión, porque la muerte y resurrección de Jesús no son una ilusión: ¡fue una verdad! Por eso en la mañana de Pascua se nos dice: “¡No tengáis miedo!” (cf. Mt 28,5).
Papa Francisco. Audiencia 8 de abril de 2020
ORACIÓN
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu hijo al pie de la cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén
Santísima Virgen del Rosario, Madre de los Humeros. Ruega por nosotros.
LETANÍA DE NUESTRA SEÑORA
Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad
Santa María
Santa Madre de Dios
Santa Virgen de las vírgenes
Mujer llena de gracia
Virgen siempre orante
Primicia de la redención
Colaboradora de Cristo Redentor
Madre de la Iglesia
Madre de los sacerdotes
Madre de la vida consagrada
Madre de la familia
Madre de todos los hombres
Madre dolorosa
Madre de misericordia
Mediadora de todas las gracias
Salud de los enfermos
Refugio de pecadores
Consuelo de los afligidos
Auxiliadora de los cristianos
Socorro de los moribundos
Alivio de los difuntos
Reina y Señora nuestra
Reina del santo Rosario
Madre de los Humeros
Tierna Abadesa de las Capuchinas
Madre de la Orden de Predicadores
Reina de la Paz
V./ Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo.
R./ Perdónanos, Señor.
V./ Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo.
R./ Escúchanos, Señor.
V./ Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo.
R./ Ten misericordia de nosotros.
V./ Ruega por nosotros santa Madre de Dios
R./ Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor, Jesucristo.
Oración
Señor, tú has querido que la Madre compartiera los dolores de tu Hijo al pie de la cruz; haz que la Iglesia, asociándose con María a la pasión de Cristo, merezca participar de su resurrección. Por Jesucristo nuestro Señor.