Santa Clara de Asís y el nacimiento de la Orden de las Clarisas
Clara Favarone, nació en Asís un 13 de diciembre de 1193 en una de las familias nobles de esta tierra de la Umbría italiana. Como cualquier joven de su tiempo vivía en la casa familiar preparándose, junto a su madre, para algún día alcanzar un matrimonio de conveniencia que garantizara o aumentara su estatus social.
Por aquellos entonces, el hijo de un rico mercader de paños, Francisco, había experimentado un profundo cambio de vida dejando el lujo y la suntuosidad de una vida colmada de caprichos por el seguimiento de Jesús pobre y humilde. Este joven había conseguido lo que la sociedad llevaba intentando hacer durante siglos: crear un sistema de vida con total independencia del señor feudal, vivir en libertad y pobreza los preceptos evangélicos. Tras su conversión pública en 1206 comienza su labor como testigo de Cristo. Comentado por sus conciudadanos debió ser el gesto de este joven. Un loco que derrochó todos los bienes heredados de su padre. El que parecía que iba a ser el próximo gobernante de la ciudad lo dejaba todo por hacerse pobre con lo pobres. Su valentía cautivo a Clara hasta el punto de que un 28 de marzo de 1211, Domingo de Ramos, se escapó de su casa y se consagró al Señor en manos de Francisco, el pobre de Asís. A partir de entonces comienza la vida religiosa de esta nueva emprendedora mujer.
Tras recorrer varios conventos de Benedictinas sin encontrar el carisma con el que ella se sentía identificada, finalmente se instala en 1212 en San Damián con las hermana “que el Señor le había dado” un claustro acorde a sus necesidades espirituales.
El ideal de vida de Santa Clara está inspirado directamente por el seráfico Padre San Francisco de Asís de quien se consideraba “su plantita”, basado en el seguimiento de Cristo como verdaderas esposas, en humildad y en pobreza, sin rentas ni posesiones, viviendo del trabajo de sus manos. Como podemos observar es un carisma que está basado en la extrema pobreza, donde el sustento sea alcanzado gracias al trabajo cotidiano que desempeñen cada uno de los miembros de la comunidad. El clima de fraternidad era fundamental en estas comunidades. Vivían como una familia dirigida por una Madre que vela por el cuidado de sus hijas, sin distinciones de cargos, sin categorías. Santa Clara fue una monja más, nunca quiso honores ni distinciones de sus hijas, quería ser una servidora de Cristo y de sus hermanas.
En cuanto a la clausura, para ellas este era el clima idóneo en el que vivir su vocación de contemplativas, apartadas del ruido del mundo. Escondidas con Cristo pobre y humilde, atentas siempre a su divina voluntad. En su retiro velan por sus hermanos que viven en el siglo, siendo su oración el sustento de esta humanidad
A lo largo de toda su vida empleó para la edificación de sus hermanas el símil de espejo. Las religiosas deberán esforzarse en convertirse en un espejo donde Cristo se refleje haciéndose cada vez más semejantes a él. El corazón de su espiritualidad radica en Cristo Crucificado. Esta devoción se traduce en numerosos ejercicios de penitencia. Tan radical fue a veces en estas prácticas que incluso fue corregida por San Francisco quien le dijo: “el sufrimiento hay que acogerlo, no buscarlo y mucho menos provocártelo”. Unido a esta devoción pasionista, Clara veneró al Niño de Dios y a la Santísima Madre, mujer pobre y humilde, fiel seguidora de Jesús. Clara tiene una actitud constante de alegría, lejos del pesimismo que en muchas ocasiones se rodea a la experiencia religiosa. No existe en ella una visión pesimista del hombre y del mundo, La alegría soporta la pena y la prueba, es una victoria sobre el dolor y el pecado.
Enferma 28 años, muchas veces se encontró a las puertas de la muerte. En 1251 empeora su salud y comienza la última etapa de su vida. Ella se prepara para la muerte siguiendo el espíritu de Cristo Crucificado. Se resistía a dejar esta vida hasta no ver conseguido el privilegio de la pobreza. Dos documentos se conservan de estos momentos postreros: El Testamento y la Bendición destinado a sus hermanas. Antes de morir consiguió la aprobación de sus Reglas, tituladas “Forma de vida de la Orden de hermanas pobres, que instituyo san Francisco” firmadas por el Papa con premura por la delicada situación de Clara quien fallecía tan sólo dos días después, el 11 de agosto de 1253. Siendo la única mujer en la historia de la Iglesia que ha escrito una Regla monástica.
En las exequias, presididas por el papa Inocencio IV, se usó, por voluntad del pontífice el Oficio de las Vírgenes como señal de la santidad que pronto le sería reconocida por la Iglesia Universal. Dos años después de su muerte con la bula “Clara claris praeclara” dada por Alejandro IV, es canonizada la pobre de Asís. Sus milagros de Clara están íntimamente relacionados con la ciudad. La mayoría de ellos ocurren en S. Damián, suelen ser milagros domésticos a las hermanas.
Desde 1958 fue proclamada por Pío XII como la Patrona de la Televisión. Ello se debe a que estando enferma en cama y no pudiendo asistir a la celebración de la Navidad el Señor le concedió poder ver todo cuanto se celebró en la iglesia desde su cama, tal y como si estuviera en el lugar del culto.
Beata María Lorenza Longo y la reforma de las Capuchinas
El 9 de octubre de 2021 era beatificada en Nápoles por el Papa Francisco la Madre María Lorenza Longo, considerada la Fundadora de la Orden Capuchina.
Nacida en Lérida en 1463, se desposó con Joan Llonc, regente del Consejo de Aragón, con quien tuvo varios hijos. En estos años María fue fundamentalmente esposa y madre, viviendo una vida oculta de servicio y entrega en el ámbito familiar. La serenidad cotidiana fue alterada por un triste intento de envenenamiento por parte de una sirvienta, que dejó a María paralítica y en pésimas condiciones de salud, con limitaciones y grandes sufrimientos.
En 1505 su marido fue enviado a Nápoles para acompañar al rey Fernando el Católico como regente y prestar servicios en su cancillería. Allí se trasladó toda la familia, cuyo apellido, italianizado, deviene Longo.
Cuando llegaron los primeros frailes Capuchinos a Nápoles fueron acogidos en dependencias del Hospital y prestaron servicio a los “incurables” mientras se preparaba su residencia definitiva. Igualmente ocurrió con los padres Teatinos a su llegada a la ciudad, con el mismo San Cayetano al frente de la comunidad.
En el año 1510, ya fallecido su marido, María realiza una peregrinación a la Santa casa de Nazaret en el Santuario de Loreto. Allí se realiza su curación prodigiosa por intercesión de la Virgen Santísima, milagro que le devuelve salud y movilidad. Este acontecimiento produce en ella una gran conmoción interna, despertando en ella la vocación religiosa. Desde este momento cambiará su nombre en María Lorenza, ligando su persona a este evento espiritual y comenzará a vestir el hábito franciscano de terciaria, entregándose por completo a los pobres y enfermos de Nápoles.
Influenciada por Héctor Vernazza, notario viudo que dedicó su vida y fortuna al cuidado de los necesitados, fundador en Génova el primer «Hospital de los Incurables”, se embarcó en la fundación del Hospital de Nápoles organizado, gobernado y consolidado con la entera dedicación de la beata madre. Junto con ella, algunas mujeres de noble linaje fueron las grandes benefactoras de la obra y se ocuparon personalmente del cuidado a los pacientes.
Ya consolidado el hospital, y viendo que sus fuerzas físicas iban decayendo, en el corazón de María Lorenza nace un nuevo deseo de “consagrar un monasterio de vírgenes al patrocinio y al nombre de Santa María de Jerusalén”. Reuniendo a un grupo de mujeres deseosas de una radical entrega en la oración y soledad, que pronto comenzaron a recitar juntas el Oficio divino, acompañada espiritualmente por San Cayetano, María Lorenza se metió de lleno en esta obra y consiguió en 1535 la bula papal de aprobación del nuevo monasterio de “monjas de la Tercer Orden de San Francisco bajo la Regla de Santa Clara”.
María Lorenza estableció las normas y orientaciones en base a la regla de Santa Clara, las constituciones de Santa Coleta y la experiencia reformadora de los Capuchinos. Sus monasterios estaban configurados para treinta y tres religiosas. El Papa mediante “motu proprio” reconocerá el monasterio de Santa María de Jerusalén como de la Orden de Santa Clara, donde se observa “estrechísimamente” su primera regla, y dispone que sean los “frailes de la Orden de San Francisco llamados Capuchinos” los capellanes y visitadores a perpetuidad. Su carisma se basará en: “Fieles a nuestra vocación peculiar, queremos mantener en toda su integridad y vigor la Regla de nuestra madre santa Clara, ya que es la ley fundamental y la forma de nuestra vida, observándola conforme a su genuino espíritu, que siempre estuvo en vigor en nuestra Orden. La Regla brota del Evangelio y nos conduce a la vida evangélica, poniéndonos delante «el camino de la santa sencillez, de la humildad y de la pobreza». Mediante ella nos identificamos con «la forma de vida y el modo de santa unidad y de altísima pobreza que, de palabra y por escrito, dio a la misma Clara y sus hermanas el bienaventurado padre san Francisco para que la observaran». Así pues, a fin de ser fieles al espíritu primitivo y a la constante tradición de nuestra Orden, hemos de empeñarnos, ante todo, en contemplar y alabar a Dios asiduamente en silencio y soledad; unirnos a Cristo crucificado por el amor y por el espíritu de anonadamiento; cultivar la sencillez y la espontaneidad en nuestras relaciones fraternas; dar sincero testimonio de austeridad y de sobriedad en nuestra vida, como signo profético ante la sociedad moderna; asimismo, fomentar intensamente la dimensión eclesial juntamente con la solicitud por los pobres y débiles, siguiendo el ejemplo de nuestras santas hermanas, en especial de santa Verónica Giuliani”
En 1539 fallecía la fundadora dejando los fundamentos de la caridad organizada en la obra del Hospital de los Incurables y, sobre todo, el punto de partida de la Orden de las Clarisas Capuchinas.
En las siguientes décadas, las fundaciones de monasterios se fueron sucediendo albergando grupos de mujeres deseosas de una rigurosa vida contemplativa, con santas figuras fundacionales y tantas otras anónimas.
La llegada a España se producirá en 1588, siendo el primer monasterio de Capuchinas fundado fuera de Italia. En Granada, Lucía de Ureña obtendrá la bula de Sixto V que le permitirá la nueva Fundación. En 1599, la beata Ángela Margarita Serfina fundará el Monasterio de Santa Margarita en Barcelona del que partirán las fundaciones de Gerona (1609), Valencia (1609), Zaragoza (1614), Manresa (1638) y Mataró (1730). Las Comunidades de Valencia y Zaragoza fueron muy prolíficas en nuevas fundaciones siendo filiales de Valencia: Castellón (1693), Madrid (1618), Pinto (1639) y Cifuentes (1946). De Zaragoza partieron las Comunidades de: Murcia (1645), Huesca (1648), Calatayud (1657), Palma (1662), Sevilla (1701) y Gea de Albarracín (1757). De Madrid partieron fundaciones a: Toledo (1632), Plasencia (1636) y Córdoba (1655).
El Monasterio de Santa Rosalía
Procedente de Palermo, donde había ocupado la sede arzobispal entre los años de 1677 -1684, llegaba a Sevilla, en 1684, D. Jaime de Palafox y Cardona para dirigir la archidiócesis hispalense. Ya en la ciudad, observó con extrañeza que en la capital donde estaba establecido el Puerto de las Indias no existiera un Monasterio de Capuchinas, siendo la única Orden femenina que por aquellos momentos no tenía casa en Sevilla. Desde ese momento, inició un largo proceso para obtener las licencias necesarias para establecer el nuevo monasterio, que no se consagró hasta el 9 de enero 1701. La Fundación fue llevada a cabo por el Monasterio de Ntra. Sra. de los Ángeles de Zaragoza, siendo la venerable madre fundadora, Sor Josefa Manuela de Palafox y Cardona, hermana del prelado.
Para la fundación el arzobispo dispuso todo lo necesario. De su liberalidad se adquirieron las diferentes casas que se demolieron para la construcción del actual convento, siendo de los pocos que en la ciudad se levantaron de nueva planta con un proyecto de obra. Lo común en Sevilla era ir adaptando las diferentes construcciones para ser habitados por las monjas. Muy posiblemente, por las trazas del edificio, interviniera como arquitecto Diego Antonio Díaz (Maestro Mayor del Arzobispado) no pudiendo probarse documentalmente.
Cuando las monjas llegan a Sevilla el Monasterio se encuentra tan solo con los cimientos construidos siendo acogida la comunidad en unas casas propiedad de las monjas clarisas del Convento de Santa Inés, junto a la ermita de san Blas, habilitadas para el interín en que se terminaba la edificación del convento.
Desgraciadamente, el 2 de diciembre de 1701, 11 meses después de la llegada de las monjas a Sevilla, falleció D. Jaime de Palafox, quedando el Monasterio sin construir. Gracias a la generosidad de sus sucesores, entre los que destacó el Arzobispo D. Luis Salcedo y Azcona y el esfuerzo de las monjas, el convento se fue construyendo hasta quedar concluido en la década de los años veinte del siglo XVIII.
El 5 de abril de 1724 fallecía en olor de santidad la Madre Sor Josefa Manuela de Palafox y Cardona, abriéndose años más tarde el proceso de canonización. Actualmente se encuentra su cuerpo incorrupto en el coro bajo del monasterio.
En 1727 partió desde Sevilla la fundación del Monasterio de San Miguel del Puerto de Santa María auspiciada por el entonces arzobispo hispalense D. Luis Salcedo y Azcona. Como primera fundadora fue la Madre Josefa Antonia Melero quien acompañó a la Madre Josefa Manuela desde Zaragoza para fundar Sevilla como monja de obediencia, profesando como monja de coro ya en la ciudad hispalense.
En agosto de 1761, como acción de gracias por el nombramiento de la Inmaculada Concepción como patrona de España y América, se organizó, los días 13, 14 y 15 de agosto, un Triduo de acción de gracias en el Monasterio, instalando en el presbiterio un altar efímero para dar mayor solemnidad a estos cultos. El segundo de los días, una vela cayó sobre el altar y prendió todo el aparato estético destruyéndose por completo la iglesia y las zonas aledañas a la misma. La Comunidad hubo de ser trasladada al Monasterio de San Clemente de Hermanas Cistercienses mientras se concluían las obras.
De nuevo la generosidad del entonces prelado hispalense, D. Francisco Solís Folch de Cardona (Cardenal Arzobispo de Sevilla), sobrino de la fundadora del convento, corrió con los gastos de la reconstrucción, interviniendo los más destacados artistas sevillanos del momento. El actual conjunto de retablos son obra del insigne retablista portugués Cayetano de Acosta y los frescos del presbiterio obra del pintor Juan de Espinal. El templo fue concluido en 1764 siendo de los conjuntos estilo barroco rocalla más bellos de la ciudad.
Desde ese momento la Comunidad de Sevilla ha destacado por la estrecha observancia de la Regla, viviéndose el carisma con mucho rigor. Por este Monasterio han pasado grandes religiosas de hondo calado espiritual que han vivido la pobreza evangélica, viviendo “crucificadas con Cristo” modelo de perfección Capuchina.
Durante el siglo XIX, las diferentes desamortizaciones no afectaron en demasía a la Comunidad, no teniendo que abandonar el Monasterio en ningún momento.
En el siglo XX, en la década de finales de los años 60, debido al estado de la fábrica del convento y la escasez de medios económicos se vieron obligadas a vender las antiguas cocinas, gallineros y espacios de huerta para sufragar las obras de restauración. Aún así, los recursos no fueron suficientes y sufrieron un auténtico saqueo del Patrimonio mueble por parte de los anticuarios que, ante la necesidad de las monjas, compraron innumerables piezas por cantidades irrisorias. Muchos vecinos del barrio aún recuerdan cuando las monjas tocaban la campana de la iglesia pidiendo ayuda para poder alimentarse. Aun así, nunca perdieron la alegría y la vocación, comprobando cómo la Providencia de Dios siempre las ha socorrido, cumpliéndose así la premisa de la madre santa Clara: “No andéis preocupadas por almacenar, ya sabe vuestro Padre cuál es vuestra necesidad: confiad”.
A principios del siglo XXI, bajo la iniciativa de la Madre Mª Dolores Otero, se destinó parte del convento a Hospedería, siendo hoy día junto a la elaboración de los tradicionales pestiños, las fuentes de ingresos que sostiene la Comunidad. Hasta este momento, el cenobio destacaba por sus trabajos de zurcidos y entolados, muy reconocidas en la ciudad por ello, comenzando en nuestros días a retomar este trabajo monástico.
Actualmente la Comunidad está formada por 10 religiosas de Votos Solemnes, estando al frente la Madre Juana Francisca Wairimu. La llegada de vocaciones extranjeras ha enriquecido la vida conventual, viviendo en perfecta armonía de culturas, ejemplo para nuestro mundo tan necesitado de solidaridad entre los pueblos, eliminándose las fronteras injustas que nos separan.
Las Capuchinas y la Hermandad de los Humeros
Fue en el año 1981, dentro del movimiento de reorganización de la Hermandad, cuando la Junta de Gobierno acordó celebrar el Rosario de la Aurora de la Santísima Virgen haciendo estación en el Monasterio de Santa Rosalía. Así nace el vínculo de la Hermandad con el cenobio capuchino que a día de hoy es, sin lugar a dudas, indispensable para comprender el carisma de los Humeros.
Con el paso de los años se fueron estrechando los lazos de unión con la Comunidad. En los primeros momentos la relación se basaba en la asistencia de las monjas con ayuda de víveres y la visita anual de la Virgen cada 12 de octubre.
En 1990, la Comunidad fue nombrada hermanas honorarias de la Hermandad, un paso más en la consolidación de los vínculos fraternos.
En 1996, siendo Abadesa la Madre Andrea Miranda comienza a estrecharse los vínculos fraternos ante la solicitud por parte del Monasterio de ayuda a la Comunidad en los montajes y celebración de los principales cultos del año litúrgico. Ello se debía a que ante a falta de vocaciones jóvenes y la avanzada edad de las capitulares, cada vez resultaba más complicado hacer frente a los trabajos físicos que conllevan los montajes de altares efímeros. Así fue naciendo una estrechísima relación, siendo herederos directos de la tradición del Monasterio.
A la muerte de Madre Andrea, en 1998, es elegida nueva abadesa Madre Dolores Otero con quienes se consolida definitivamente la relación de la Hermandad. A partir de este momento los Humeros colaboraran activamente en el montaje del Monumento de Semana Santa, los cultos a los Santos Padres, el Triduo de la Asunción y el Jubileo de las XL horas. Al mismo tiempo se comienza a participar en las celebraciones litúrgicas, ayudando tanto en el servicio del altar como en el acompañamiento musical. Asimismo se colaboró en la recuperación de antiguas tradiciones del cenobio como la celebración de las Jornaditas, coincidiendo con el montaje del Belén de la Comunidad.
Por ley de vida las hermanas mayores fueron marchando al encuentro del Señor y la Hermandad comenzó a ocuparse de atenderlas en las labores de enterramiento, retomándose así el instituto fundacional de atender a los hermanos difuntos.
La Hermandad ha acompañado espiritualmente y fraternalmente a las nuevas vocaciones que han ido llegando al convento, colaborando en las labores de formación para las que se nos ha requerido, acompañándolas en los momentos más importantes de su vida religiosa: Toma de Hábito, Profesiones Temporales, Profesiones Solemnes…
En el año 2000, la estrecha vinculación que existe entre ambas instituciones, lleva a la Comunidad de religiosas a otorgar Carta de Hermandad a los Humeros.
En la última reforma de Reglas, en el artículo 30 recoge que: “Los hermanos deberán participar en los cultos que se celebren en el Monasterio de Santa Rosalía por nuestras Hermanas Pobres Clarisas Capuchinas atendiendo a nuestro hermanamiento con ellas. Especial atención se prestará a la celebración de los Oficios de Semana Santa y las fiestas litúrgicas de sus santos padres Francisco y Clara de Asís y la titular de dicho cenobio santa Rosalía de Palermo.”
En 2011, por iniciativa de la Comunidad, la Hermandad se encargó de la instalación del Museo Conventual donde se expone el Patrimonio del Monasterio. Desde entonces hasta nuestros días, voluntarios de los Humeros, se encargan de la guía de las visitas a fin preservar el estilo de vida claustral de las hermanas.
En el año de 2020, motivado por la pandemia del Covid 19, los cultos de Regla en honor a la Santísima Virgen del Rosario se celebraron en el Monasterio, permaneciendo la bendita imagen durante todo el mes en la iglesia conventual. A su llegada al Convento, el 4 de octubre (Solemnidad de nuestro padre san Francisco de Asís) fue recibida por la entonces Madre Abadesa Mª Pilar Montoro y la Comunidad quienes, entregaron las llaves del Monasterio a la Santísima virgen del Rosario, nombrándola Abadesa perpetua de la casa. Acto seguido, fue introducida en el Coro bajo y entronizada en el sitial de la Madre Abadesa donde las hermanas de la Comunidad le dieron la obediencia. Sin lugar a dudas, uno de los momentos más hermosos de la historia de nuestra Hermandad.
Las Capuchinas y los Humeros hacemos vida la premisa que defendía santa Teresa de Jesús que decía que “Marta y María han de andar juntas”, evidenciando cómo es posible convivir la vida activa y la vida contemplativa, enriqueciéndonos mutuamente.
Tal y como recoge una de las canciones que las hermanas han dedicado a nuestra Madre, hoy podemos afirmar que “los Humeros y las Capuchinas somos de tu misma sangre”.