La capilla del Rosario alberga un importante conjunto de obras de arte que configuran su patrimonio. A continuación detallaremos las más significativas:
San Antonio de Padua. Jerónimo Roldán Serrallonga. 1759. Madera policromada
El 8 de Abril de 1759 Miguel de Liñán abona a Jerónimo Roldán Serrallonga 500 reales de vellón por la confección de una imagen en blanco, es decir sin policromar, de San Antonio de Padua.
La talla de bulto redondo está realizada en madera policromada. Iconográficamente representa al santo vestido con el hábito franciscano, sosteniendo sobre sus brazos al Niño (escultura independiente) en actitud muy dinámica sobre un pañal, al mismo tiempo que porta en su mano izquierda un libro, atributo que indica el título de Doctor de la Iglesia. Tanto la imagen de San Antonio como la del Niño tienen los rasgos físicos semejantes a los de la Virgen Titular. En cuanto a la policromía, sabemos por el recibo conservado, que no fue realizada por el escultor, por lo que cabría pensar que fuese ejecutada por Joaquín Cano al igual que hiciera con los titulares, éstos si documentados. El hábito aparece estofado en oro con decoración de motivos vegetales. En los bordes de la túnica y el manto se ha realizado una cenefa dorada con una talla en bajorrelieve que organiza la superficie. La encarnadura, tanto del santo como del Niño, presenta las características propias del estilo imperante en el siglo XVIII, con tonalidades nacaradas y brillo, asimismo tiene ojos de cristal.
La escultura se sitúa en la actualidad en una peana de madera tallada y dorada sobre el muro de la epístola, tras la sustitución del retablo que presidió en el lado opuesto frente al de la Virgen del Carmen, eliminado tras la última restauración de la capilla. Contó con gran devoción entre los vecinos del barrio, teniendo durante la década de 1920 una camarera, Dª Antonia Limón, que velaba por su ajuar, formado fundamentalmente por diversas túnicas para vestir al Niño.
San José. Atribuido a Francisco de Ocampos. Ppios siglo XVII. Escultura de madera policromada.
Con la llegada de los carmelitas en 1825 a la capilla, tras la secularización del Convento de la Cruz del Campo, se realiza un Inventario de bienes de la ermita. Por primera vez aparece en esta relación la escultura del santo patriarca, ocupando por aquellos entonces un retablo colateral propio en el templo.
La escultura del Patriarca porta al Niño de Dios en actitud de bendecir, sentado sobre sus brazos. Desgraciadamente la imagen se encuentra repintada perdiendo la fuerza expresiva de su policromía original. De gran mérito artístico y evidente destreza del autor para ejecutar la madera, podemos apreciar un santo joven, barbado, con el rostro ensimismado, dulce, sereno, consciente de la grandeza del Niño que paternalmente sostiene entre sus brazos. Jesús niño, infantil y majestuoso, dirige su cálida mirada hacia el espectador, al igual que san José, mientras bendice con la derecha, con la izquierda sostiene el mundo. En los rostros de ambas imágenes podemos apreciar detalles morfológicos como puede ser el tratamiento del cabello a base de grandes mechones de pelo y el característico tupé en el centro de la frente que lo acercan al quehacer de Ocampos. Presenta los ojos de cristal, fruto, con toda probabilidad, de una intervención posterior.
En cuanto al vestido, San José luce una túnica hasta el suelo cuyos pliegues dejan descubiertos los pies calzados por unas sandalias. Sobre ésta un manto que cubre el hombro derecho cayendo por el pecho y anudado en el lado izquierdo de la espalda, tras el hombro, dejando este brazo descubierto. La caída del manto se recoge en la cintura de izquierda a derecha. El complicado movimiento de ropajes da la oportunidad al artista de demostrar toda su destreza en la técnica lignaria de tratamiento de volúmenes, paños, etc. El Niño, también vestido de escultura, lleva una túnica que deja la parte inferior de las piernas y pies al descubierto. De amplio escote, se ciñe a la cintura por una cinta. Nuevamente podemos apreciar un estudio de plegados de gran calidad.
Niño de Dios. Atribuido Dionisos de Ribas. Mediados siglo XVII. Madera policromada.
Concebido al modo de Jerónimo Hernández y Martínez Montañés, conserva esta Hermandad un pequeño Niño Jesús. Este tipo de imágenes arraigaron entre la población siendo una de las principales devociones en la Sevilla del Siglo XVII y XVIII.
La figura infantil se presenta desnuda, totalmente tallada, en actitud de bendecir mientras con la mano izquierda sostiene el mundo. Muy elegante en cuanto a formas, su movimiento viene dado por el contraposto que hace que el peso del cuerpo recaiga sobre la pierna derecha dejando la izquierda ligeramente flexionada. Su rostro denota cierta melancolía. Por su estilo, ciertos rasgos físicos y tratamiento del cabello se pueden vincular, al igual que San José, a la línea de trabajo de Dioniso de Ribas pero no se conserva documentación alguna que pueda afirmar esta hipótesis, basada en la observación y comparación. En las obras de Dionisos de Ribas podemos ver una clara influencia de José de Arce que al igual que en muchos escultores del siglo XVII ejecutó su influencia.
Cristo Yacente. Anónimo. Fines de siglo XVI. Marfil policromado.
En el Convento de San Laureano se ubicaba desde su fundación la Hermandad del Santo Entierro (1575 – 1579), hasta la Desamortización en que abandona este lugar. Ellos eran propietarios de los terrenos que pertenecieron a la casa y las huertas de Hernando Colón, permitiendo en el siglo XVII la instalación de los Mercedarios en sus propiedades. Indudablemente tuvo que existir relación entre ambas corporaciones y de ahí la presencia, a modo de testimonio, de esta pieza en la cruz de gala. Algunas leyendas cuentan que la primitiva imagen del Cristo Yacente de la Hermandad del Santo Entierro (escultura de terracota de estilo Gótico. Actualmente en el altar de la Virgen de Villaviciosa) se encontró en la torreta que da acceso a la espadaña de la capilla.
El Cristo muerto presenta rasgos afines a la estética manierista italiana, así como influencias flamencas en los detalles anatómicos. El cuerpo presenta las extremidades flexionadas, paralelas al tronco, estando toda la figura ligeramente curvada. El rostro del yacente se aprecia barbado, con la cabeza inclinada hacia la izquierda, tocado con la corona de espinas. La policromía intensifica el dramatismo de la pieza con gran presencia de sangre. La escultura bien pudiera proceder de un pequeño grupo escultórico del Calvario, siendo posible que se encontrara sobre una cruz de carey y plata. Desgraciadamente no existen referencias en los escasos inventarios que se conservan que puedan confirmar esta teoría. Es sin duda una de las piezas de mayor valor que conservan en el ajuar de la capilla.
Crucificado. Anónimo. Siglo XVI. Madera policromada.
En un pequeño altar colgado en la pared de la sacristía, se contempla este pequeño Cristo, colocado en una repisa en cuya pared de fondo se presenta una pintura sobre tabla del Calvario, recientemente restaurada. Este Cristo, procede del púlpito de la capilla. Entre los recibos del siglo XVIII se encuentra el abono de 120 reales a Fray Luis Bravo por un púlpito de hierro para uso de la capilla con su escalera de madera. La documentación del siglo XIX, al referirse a esta pieza, desaparecida en los años 70 del pasado siglo XX, menciona la talla del Crucificado.
Restaurado en 2004, el Cristo de alza sobre una peña (de madera) clavado en una cruz arbórea carente del titulus. La imagen de un canon muy estilizado, no presenta un tratamiento anatómico preciso, quedando los rasgos físicos ligeramente apuntados. Su encarnadura, de tonos nacarados, dan a la figura un carácter suave, alejado del patetismo característico de las piezas barrocas; aspecto que se ve reforzado ante la falta de sangre y hematomas. La cabeza, ceñida con la corona de espinas, reposa sobre el pecho por lo que suponemos que el Cristo está muerto, como acredita la llaga de su costado. La imagen, igual que la anterior, debió pertenecer al Convento de San Laureano donde la Hermandad se fundara, pasando a la capilla tras su construcción.
Virgen del Carmen. Anónima. S. XIX. Imagen de candelero en madera policromada.
Posiblemente fuera la comunidad de Carmelitas procedentes del Monasterio de la Cruz del Campo se introduce en la capilla la imagen de la Virgen del Carmen, ocupando un retablo, en el muro de la Epístola (aún conservado). Tal fue la devoción que arraigó entre el vecindario que llegó a constituirse Hermandad.
La obra no está documentada, por sus rasgos pudiera vincularse al círculo de Gabriel de Astorga. José Manuel Bonilla Cornejo intervino la imagen descubriendo que la mascarilla realizada en papelón estaba superpuesta sobre el busto original. Retirada esta, tras gruesas capas de estucado, se ocultaban siete testigos de policromía sobre un busto que mostraba un corpiño de gran escote que puede datarse del siglo XVI. Ello indica el papel relevante que la imagen hubo de tener a lo largo del tiempo, siendo restaurada una y otra vez para adecuarla a la estética vigente de cada momento. Actualmente se rencuentra retirada del culto.
De tamaño natural (1,50 cm), la Virgen de rostro frontal y poco expresivo dirigía su mirada al frente, mientras sostenía al Niño, sentado sobre el brazo izquierdo. Con la mano derecha la Virgen porta el cetro y el escapulario de su devoción. Jesús bendice con la mano izquierda y sostiene, con la otra mano, un mundo. La imagen infantil está realizada en madera policromada, su anatomía presenta una torpe ejecución, no guardando la proporción debida entre sus partes. En cuanto a su encarnadura se encuentra bastante ennegrecida por la oxidación de barnices.
Ambas imágenes se vestían con ropas de ricos paños. Hay que destacar el escapulario del hábito y el de mano, bordados en oro fino y talcos, usados para las solemnidades y que aún hoy se conservan. La representación se completaba con varias piezas de orfebrería. La Virgen lucía cetro, corona y ráfaga de metal, así como una luna a sus pies; el Niño potencias y mundo en sus manos realizadas en la misma técnica y material.
Inmaculada Concepción. Anónima. Principios del siglo XIX. Escultura de candelero en madera policromada.
Aparece esta imagen por vez primera en el libro de cuentas de 1860, donde encontramos una partida en la que se reflejan los gastos para adquirir los vestidos de la imagen. La entronización en la capilla se debe posiblemente al auge de esta devoción desde la proclamación del dogma en 1854 por Pío IX. Ocupaba en la capilla un altar colateral en el muro del Evangelio suprimido en 1969 por decisión del Cabildo.
La talla de 1,30 cm. es de candelero, realizada en madera policromada. El rostro de la Virgen presenta los rasgos físicos ocultos tras gruesos repintes. Posee ojos de cristal y pestañas postizas, así como peluca de cabello natural. Los brazos articulados permiten que la imagen una sus manos en actitud de oración, a la altura del pecho. Por sus rasgos, posiblemente nos encontremos ante una imagen de principios de siglo XIX.
Dolorosa. Anónima, atribuida a Cristóbal Ramos. Mediados sigo XVII. Imagen de candelero.
En una pequeña hornacina de madera de estilo neogótico se venera esta pequeña dolorosa de la que se tiene constancia desde 1913, año en que aparece referida en una relación de objetos de la capilla.
La imagen presenta el rostro ligeramente inclinado hacia la izquierda, compungido por el llanto. Tiene los ojos de cristal, pestañas y lágrimas (hoy perdidas). Las manos “de peine”, llamadas así por la forma y el tratamiento de los dedos, están en la postura característica de las dolorosas sevillanas.
Cuenta en su ajuar con numerosos ternos de colores variados, acorde con los tiempos litúrgicos, destacando una saya negra bordada en oro fino. Tiene una corona de metal plateado de estilo dieciochesco.
El Misterio del Nacimiento. José Mª Leal Bernáldez. 2000. Madera de cedro policromada. Tamaño académico.
De tamaño académico, las figuras de la Virgen y San José, están realizadas siguiendo la estética imperante en nuestra ciudad, anclada en modelos neobarrocos, en la línea del quehacer de Buiza, con las técnicas de la policromía de Sebastián Santos Rojas. Realizados en madera de cedro, San José está totalmente anatomizado, siendo de admirar el maravilloso estudio de la musculatura y el tratamiento del cabello, todo ello reforzado por una excelente policromía. En cuanto a la psicología del personaje, para nada se acerca al modelo del patriarca dulce y melancólico, arrobado ante el misterio del Nacimiento de Dios tan característico en el siglo XVII y XVIII, sino por el contrario, cargado de ímpetu y majestuosidad, acorde al gusto de nuestros días. Fruto del afán creador, es por tanto, la figura del Padre putativo de Jesús quien porta entre sus brazos al Niño.
La figura del pequeño, realizada en madera de cedro, se presenta desnuda, en una postura muy dinámica, donde se puede comprobar la destreza del autor a la hora de componer estos escorzos. Su anatomía responde a la característica de un niño acabado de nacer, todo ello potenciado por la policromía de tonos nacarados en contraste con los rosados de las articulaciones. A diferencia de lo tradicional en la escultura sevillana desde la implantación del modelo manierista de bucles y abundancia de cabellera, presenta peinado corto ajustado a la cabeza, marcando con ello el carácter de recién nacido.
La Virgen se muestra erguida, una imagen de candelero con el rostro melancólico. A diferencia de los anteriores, optó por colocarle los ojos de cristal y pestañas que le diera mayor naturalismo. Hay que destacar el tratamiento del cabello, organizado al modo de una melena de rizos peinada con la raya en medio y decorado con una cinta de tonos rojizos en la nuca. Nuevamente la policromía juega a favor de la imagen dándole fuerza necesaria para transmitir vida a la escultura.