A orillas del Guadalquivir, a lo largo de los siglos XV y XVI, debido al crecimiento demográfico de Sevilla, encorsetada dentro del cerco murario, van surgiendo núcleos de población extramuros, cercanos a las diferentes puertas, dedicados a la actividad comercial que el puerto de Sevilla desarrollaba en aquel momento.
En las inmediaciones de la entonces ‘Puerta de Goles’ (llamada así al relacionarla con una cercana alquería musulmana de ese nombre), denominada más tarde como ‘Puerta Real’ desde 1570, año en que el monarca Felipe II entró en la ciudad por este acceso, podemos localizar un núcleo de población dedicado a las labores del ahumado del pescado que serviría de avituallamiento para los marineros que embarcaban hacía América. El humo producido por estas labores de salazón hizo que los sevillanos del renacimiento bautizaran esta zona como el “arrabal de los Humeros”.
En 1526, Hernando Colón, hijo del Admirante, atraído por el “amor de la naturaleza y el afán por dominarla” construye en esta zona su palacio en estilo renacentista, empleándose en su fábrica de los primeros mármoles de Carrara llegados a Sevilla. Numerosos documentos de la época, como el plano de Brambilla de 1585 recogen la localización de esta construcción, sus huertas, delimitadas por una tapia, y una serie de edificaciones de menor entidad que pudieran corresponder a las primeras casas de ahumadores.
En el último tercio del siglo XVI, tras numerosos avatares, la casa de Hernando Colón pasa a ser propiedad del ollero Pezaro que establece aquí en 1571 su comercio. Poco duró esta ocupación ya que, en el año 1587, la Hermandad del Santo Entierro se funda en este lugar sobre parte del edificio existente. En el año 1600, la Cofradía firmará un acuerdo con la Orden de los Mercedarios Descalzos, representada por el Padre comendador Fray Juan de Santa Eufemia, cediendo el lugar para edificar el colegio, denominado como Convento de San Laureano, con la condición de no albergar en la iglesia del MonteCalvario otra cruz o hermandad. A pesar de ello, según consta documentalmente, en las tapias del citado cenobio se ubicó una capilla, al modo de los retablos callejeros, donde se fundó nuestra Hermandad.
Este inmueble no corrió mejor suerte que su predecesor. En 1810 fue desalojado por el mariscal Soult expropiando su patrimonio y destruyendo numerosas dependencias. A partir de 1826 el lugar se empleó como Almacén de leña y aceite para la provisión de las tropas del rey y como Presidio Correccional de la ciudad con capacidad para 250 presos. El deterioro y el abandono hicieron que en 1845 quedara en estado ruinoso, siendo comprado por el general Lara en 1848 que edificó el actual recinto. Desde entonces ha albergado numerosas actividades, incluso, en las décadas de los cuarenta del pasado siglo XX, un cine o una sala de fiestas. Actualmente se encuentra remodelado adaptado para albergar en su interior un conjunto de viviendas, volviendo así a la función original como lugar de residencia.
En una vista que realiza Janssonius en 1617 se recoge gráficamente, por vez primera, la actividad manufacturera de los secadores de pescado a orillas del río. Desde ahora ya no se mencionará nunca más la casa de Colón quedando como nuevo hito referencial del barrio el recién estrenado edificio religioso.
En la mediación del siglo XVII, tras la epidemia de Peste de 1649 que asoló la ciudad, diezmando la población a la mitad según el historiador Ortiz de Zúñiga, el terreno cercano a las puertas, por razones sanitarias, se habilitó como cementerio ya que los campos santos de las parroquias habían desbordado su capacidad. Esta medida supuso, en nuestro arrabal, una elevación de la cota del terreno, todavía apreciable a día de hoy si accedemos desde la calle Alfonso XII hacia el alto de San Laureano.
En 1691, surgirá, según recoge en una crónica sobre los primeros Rosarios Públicos en Sevilla el cronista Alonso Martín Braones, el Rosario de los Humeros: “[…] De san Vicente salen dos rosarios, uno de la misma iglesia compuesto de caballeros, títulos, regidores y pueblo, y otro del barrio de los Humeros, que está extramuros, con todos sus vecinos, que son muchos”. Ello supone un elemento configurador del barrio como tal. Los vecinos de los Humeros afianzaban así su identidad y comenzaban a escribir un nuevo capítulo de la historia del arrabal.
En el siglo XVIII, el Puerto de Indias monopolizado en Sevilla se trasladará a Cádiz, perdiéndose así su enorme actividad. Esta situación queda reflejada gráficamente en el lienzo conservado en el Ayuntamiento de Sevilla, fechado en 1726. El arrabal de los Humeros perdía de esta forma la esencia de su ser inicial: el ahumado del pescado. La zona, muy degradada a consecuencia de los enterramientos de la peste y el depósito de basura de los vecinos de la ciudad, se había convertido en un muladar. Fue, sin lugar a dudas, el Rosario Público el elemento de cohesión que hizo posible la recuperación del arrabal.
Un hito fundamental para el urbanismo de los Humeros fue la construcción de la capilla (1747 – 1761), lo que supondrá el logro del esfuerzo común. Salvando las distancias, la edificación de la capilla, mediante las limosnas y la mano de obra de los vecinos, supuso lo que la construcción de una catedral en una ciudad. La capilla se convertirá en el centro neurálgico del barrio, el lugar de encuentro diario donde se desarrolla la vida común de los vecinos. Allí se practica la fe y se establecen las relaciones personales.
Su construcción supuso la renovación de toda esta zona. Miguel de Liñán, maestro botinero, Mayordomo de la Hermandad, desarrolló los trámites oportunos en el Ayuntamiento para conseguir las pertinentes licencias en un momento difícil en el que el gobierno se negaba a conceder permisos para levantar edificios religiosos en una ciudad donde la mayor parte del suelo edificable eran fincas religiosas: conventos, parroquias, capillas… El éxito se logró ya que, al tiempo que se levantaba el templo, se urbanizaba esta zona deprimida.
El resultado de todo ese proceso de renovación urbanística lo podemos observar en el primer plano de la ciudad realizado en 1771, por iniciativa del entonces Asistente de la Ciudad, Pablo de Olavide, dibujado por Francisco Manuel Coelho y grabado por José Antonio Amat. En este documento observamos por vez primera la presencia de la capilla.
En este plano tan solo aparecen identificadas las dos calles principales: la “calle de en medio” (hoy Bajeles) y la “calle de abajo” (actual Dársena). Sus nombres son indicadores de la localización en el plano dentro del arrabal. Tras la consulta de los padrones conservados en la parroquia de San Vicente conocemos en su totalidad los límites del barrio. Cercano a la Puerta Real, en la actual cuesta de San Laureano, se ubicaba un pequeño grupo de viviendas denominadas como “barrio de las Gallegas”. La zona inmediata al río (hoy calle Torneo) se conocía como “Vera del Río y Alto de Colón” donde había un importante grupo de población. A las ya mencionadas hay que añadir “la Plaza de la Cruz Verde” (hoy Plaza Blasco de Garay), lugar de reunión del vecindario hasta la construcción de la capilla o la “Plaza Madre de Dios” (Locomotora), ubicada en la embocadura de la calle Bajeles, comunicando con el alto de San Laureano por medio de la calle Liñán.
El siglo XIX acabó con la imagen tradicional de la ciudad, pero los Humeros se mantuvo prácticamente inalterable como testigo de aquella Sevilla íntima, hecha a medida de sus habitantes, acogedora en sus calles, cercana, amable… todo lo contrario a las grandes avenidas, que al tiempo que facilitan una rápida comunicación con el transporte, minimizan y absorben al hombre. La implantación del ferrocarril en la década de los años treinta de la centuria decimonónica afectó notablemente a los límites del barrio. El tren privó al arrabal del elemento que había servido de germen para su creación: el río. Desde este momento, se reurbanizó la orilla del Guadalquivir en lo que fue la antigua calle Torneo, antes de la remodelación realizada con motivo de la Exposición Universal de 1992. La calle Torneo ocupaba desde la Puerta Real hasta la Puerta de la Barqueta, albergando en este tramo el espacio que nos ocupa, la Huerta de Colón, la Puerta de San Juan (situada en la embocadura de la calle Guadalquivir) y el Patín de las Damas, tramo que se extiende desde la puerta de San Juan a la Barqueta.
La implantación del ferrocarril se convertirá, desde entonces, en el sustento económico de los vecinos, dedicados a las labores propias del mantenimiento de los trenes. La edificación de la Estación de Córdoba se realiza sobre un grupo de casas de vecinos que se ubicaban en esta zona. El derribo de la Puerta Real en 1864, argumentado por la falta de utilidad de la construcción (no sirve para controlar el comercio, ni para frenar las riadas), hace que se pierda la condición de extramuros de la zona, introduciéndose en el tejido urbano intramuros. Pese a ello, siempre se mantuvo cierto carácter de independencia del barrio en relación con la metrópolis.
A lo largo del siglo XX hemos asistido a un fenómeno consistente en la expulsión del vecindario autóctono. Los vecinos de los Humeros vivían en el sistema de rentas, en corrales de vecinos. La revalorización del suelo y el deterioro progresivo de las viviendas propiciaron que las familias tradicionales del arrabal hayan sido desalojadas, trasladándose a barrios extramuros de la ciudad. Tras la marcha, los inmuebles han sido, en el mejor de los casos remodelados, teniendo que lamentar numerosos derribos.
En cuanto al callejero, coincide en gran medida con el dieciochesco, debido a que el siglo XIX no causó, afortunadamente, grandes estragos en esta zona. La nomenclatura que hoy conservamos data de fines de la centuria decimonónica, cuando la corporación municipal optó por nombres para estas vías de recuerdo marinero y ferroviario: Dársena, Barca, Bajeles, Plaza Blasco de Garay o Locomotora. En los límites del barrio han conservado nombres de tradición islámica como Goles o Baños. La calle San Laureano, que recorre desde la Puerta Real hasta Torneo, mantiene vivo el recuerdo del antiguo Convento Mercedario. La rotulación de la calle Liñán se debe al interés por guardar la memoria del primer Mayordomo de la Hermandad que llevó a cabo el proceso constructivo de la ermita de la Virgen.
En el año de 2006, en el proceso de reurbanización del barrio se abrieron dos nuevas calles. La primera de ellas comunica la calle Baños con la embocadura de la calle Dársenas, denominándose como Almería. Esta vía consta en su trayecto por varias viviendas de nueva construcción, en la acera de la izquierda, y los muros traseros de las casas que forman la plaza Blasco de Garay. La otra nueva calle se ha configurado tras el derribo de parte de unas construcciones adosadas al antiguo Convento de San Laureano ampliando la calle Barca hasta Goles. Estas dos nuevas vías de acceso abren de nuevo el barrio a la comunicación con el centro de la ciudad, perdiéndose el encorsetamiento que se ha mantenido desde su configuración. Asimismo tenemos que destacar que, en ese mismo año, se rotuló la pequeña calle que servía de entrada a la plaza Blasco de Garay y que culminaba en el comienzo de Dársena como Luís Rey Romero, director del Colegio de San Francisco de Paula, concretamente entre 1977 y 1997. Con ello, el consistorio hispalense quiso reconocer «su gran labor educativa que ha contribuido a la excelencia humana y académica, bajo los principios de respeto y trabajo, de varias generaciones de sevillanos».
Casi tres siglos después de la fundación de la Hermandad, la capilla sigue siendo el eje en torno al cual gira la vida de muchos de los vecinos de los Humeros. El lugar donde se rinde culto a la madre del barrio, la Santísima Virgen del Rosario. Patrona del arrabal los Humeros.