Ejercicio del Vía Crucis

EJERCICIO DEL VIA CRUCIS

Compuesto en honor del Santo Cristo de la Paz por NºHºFray Pedro Mª León Moreno O.P. (q.e.p.d), Director Espiritual que fue de nuestra Hermandad, en el año del Señor de 2012.

I. ESTACIÓN. LA ORACIÓN EN EL HUERTO

Del Cenáculo al huerto, entreviendo,
entre la luz de la luna, los viñedos,
-“Vosotros sois los sarmientos…”-,
lo recitó mientras entraba en la finca
y hollando ya el Silencio.
Jesús le abrió de par en par las puertas
y se hundió en el Misterio.
Una oración profunda, amplia, extraña…
Dios le apretaba el pecho.
Le esperaba la lucha de la noche.

-“No quiero…Lo que Tú quieres sea hecho”.

Un cáliz trasvenido, un sorbo de consuelo,
una angustia profunda, hasta el sudor de sangre.
Una mirada al cielo o al vacío.
Temblor en los adentros. La angustia.
Los amigos dormidos.

-“Vuelvo. Voy y vuelvo.
Lo presiento ya todo muy de cerca.
Me acerco a ellos. ¡Levantaos!”.

La voz que los sacó de la mar y de las redes les sonaba.
Despertaron.

-“¡Vamos, se ha cumplido el tiempo!”.

Les ha podido más que el amor, el sueño.
El rumor de muchos pasos
empezó a levantar el silencio del huerto.

-“¿A quién buscáis?¡Soy Yo!”

Y todos cayeron.

Aferrado a la tierra
en vuelo infinito hacia su Padre,
con Dios vivo en sus ojos
y embriagado de Espíritu en su carne.
¡Oh Dios arrodillado!
¡Oh verbo Orante!
¡Oh Santo Hijo de Dios!,
toda la pasión se te clavó
condensada en tu alma
y sangraste
antes de que los clavos
llegaran a rozarte.
Llegaste a la Cruz
crucificado antes.
Pudiste orar en paz
en todo lo alto de ella
y entregarte con serenidad
a tu Bendito Padre
y hacernos con gusto
el último regalo de tu Madre.

II. ESTACIÓN: EL BESO DE JUDAS

Judas, fuiste hijo único y mal criado
de padres saduceos, ricos y fanáticos.
¡Qué disgusto les diste por seguir a Jesús!
Lo removieron todo para evitarlo:
hablaron con amigos del Sanedrín,
con conocidos del intruso romano.
Todo lo tantearon. Primero a ti,
siempre que podían. Eras terco y callado.
¿Por qué saldrían del pueblo de Keiroth,
dónde naciste y te criaron?
Pueblo que has llevado siempre
a cuestas de tu nombre: Judas Iscariote te llamamos.
De Keiroth a Jericó por ganar más,
sin saber que iban a perderte de su lado.
Jericó: el oasis acariciado por tres fuentes.
Herodes, para invierno, puso allí su palacio.
Cerca, Jerusalén, ciudad enorme
donde llegan toda clase de gente,
allí te fuiste haciendo hombre.
¿Qué encontrarías allí, Judas del alma?
¿Qué personas? ¿Qué ambiente?
Fue allí donde te fuiste descubriendo
poco a poco, hasta sorprenderte por entero.
Tus tendencias, los reclamos, tus misterios.
Allí comenzó tu gran silencio.
¿A quién amaste allí más que al dinero?
¿Amaste sin amar a alguien?
Desgajado hasta de tus padres. ¡Solitario!
Eras ya un misterio para ti y para tantos.
Más que formal, fuiste un joven pensativo y osco.
Ya venías de Keiroth, desierto montañoso.
Jerusalén te arropaba y empezaste a frecuentarla.
¿Conociste allí a Jesús? ¿Se hablaba de Él? ¿Qué oíste?
¿Te vio, lo viste tú? ¿A quiénes de su grupo conociste?
¿Te enrolaste con ellos? ¿Te enrolaron?
¿Curiosidad? ¿Fascinación?¿Qué te atrajo?
¿Esperabas triunfar junto a Jesús?
¿Estabas encandilado?
Cuando llegabas a casa, tus padres te iban minando.
Te contaban lo que decían de Él los saduceos del Templo.
Tú oías callado.
¡Cómo estaban rabiosos y enconados!
¡Qué conflicto, muchacho!
Para ellos la Ley y el Templo era su Dios,
lo contrario de tus nuevos amigos y Jesús.
¿Qué ibas encontrando en ese grupo?
Tú de Judea y saduceo profundo,
¿encontraste acogida al tiempo que rechazo?
Te dieron hasta un cargo. Te hicieron tesorero.
¿Con eso te ganaron? Tú te ibas perdiendo…
Quizá te sostenía algo aquella mirada del Maestro.
Tú, judío, saduceo.
Galileos todos ellos, alejados de Dios, los teníais por paganos.
Tú luchabas callado y vivías tu misterio,
este y el que ignoramos.
Tu avaricia de siempre, tu despego,
el no sentirte a gusto en tus dudas.
La de Jesús era la luz única, que no te tenía a oscuras.
Judas del alma, ¡qué lucha!
Para colmo sonaban en tu sangre aquellos siclos de plata,
y ellos te hicieron la última jugada.
Traicionaste antes de llegar al huerto
dando a los enemigos los secretos del grupo y del Maestro.
Con la manta de la noche, te has cubierto.
Venías engendrando un beso hacía tiempo.
Un beso envenenado: ¿de los besos que siempre te faltaron?
¿De los que tú no diste estando enamorado?
Te iba creciendo un beso que, de frío, quemaba dentro
al par que aquel Jesús se te venía abajo por días.
¿Viste, en su humildad, cobardía?
Se te iba muriendo el entusiasmo.
Ni a tu gente, ni al grupo, ni a Jesús: no querías a ninguno.
Ni a ti mismo te querías. Y con un grito apuñalaste la noche
y te fuiste al último anillo del Infierno de Dante.

Aquel beso que hirió a Jesús, sigue matando tantos amores.
Haciendo de los días, noches y noches de traición.
Aquel beso levantó la tormenta, la prisión, la cruz entera.
Aquel beso de traición le explotó a Jesús en lo profundo
y sigue cruzando la historia de este mundo.
Solo puede pararlo Jesús. Y lo detiene, doliéndole, Judas, como tú,
perdonando encima de la Cruz, a Pilato, a su pueblo, al Buen ladrón.
Este es el milagro y la lección: el beso de traición lo torna en Comunión.
Su beso puede más: es la Sagrada Hostia, el beso de Dios.
Es el Perdón de Dios a cada uno.

Recoge el tuyo…
y dale un beso a Judas,
que nunca tuvo uno.

III. ESTACIÓN: JESÚS, CONDENADO POR EL SANEDRÍN

Desde Getsemaní, el molino de aceite,
de una familia amiga,
fue llevado en volandas y, atropelladamente,
a «GAZI», el único lugar, donde en Jerusalén
se condenaba a muerte, situado en el templo.
Primero al Sanedrín, junto a Gazi,
donde Caifás presidía, con más de setenta miembros,
a los sumos sacerdotes -doce aquel año porque el cargo, Herodes empezó a venderlo
y los postores ricos compraban para el hijo
“orgullo de familia”, por lucirlo-.
Se sucedían en meses, o en el año.
Entre ellos había rivalidades y envidias.
Algunos, hasta con violencia, usurparon el cargo.
Después, venían los sacerdotes sin rango,
igualmente, con luchas entre ellos, trepando.
Estaban en segundo lugar los doctos,
los entendidos en la Ley, los maestros.
Eran casi todos fariseos, que creyéndose buenos
despreciaban a todos.
Suplantaban a Dios y aumentaban las leyes a su gusto
y a veces, hicieron imperar la tradición humana
sobre la tradición divina, la del Justo.

Jesús había cruzado la noche y el torrente.
Vio cambiarse las sombras por unos personajes
en la sala de lujo de la corte.
Jesús frente a sus jueces. La tensión era enorme.
Lo miraban curiosos, airados, misteriosos.
Él, delante, escrutaba sus rostros, entreviendo los fondos:
algunos conocidos y amigos otros.
Los demás con ganas de vengarse.
Allí vio a un amigo, José de Arimatea, adinerado y noble.
También a Nicodemo -el más rico de todos- al que visitó de noche
y hablaron del Espíritu y del nacer de arriba, que ninguno conoce.
No todos los amigos de Jesús habían sido pobres.
Estos dos, se juntaron en su muerte. Uno, para que estrenara su sepulcro,
el otro, con cien libras de perfume, los ungüentos, mirra y áloe.
Se ve que eran amigos de casta: acudieron sin que nadie los llamara
y cuando hacían falta.
Cuando los vio en el tribunal,
mitigaron su alma ante aquella asamblea solemne y despiadada.
Estaba Gamaliel, el maestro de Pablo, de Esteban y Bernabé.
Gamaliel, defendió a los apóstoles una vez:
-«Si es cosa de hombres, morirá, si es cosa de Dios, no estorbarles.»
La mayoría tenía un mismo rostro, el del orgullo.
Hasta el punto de atreverse a sentenciar:
-«Si se opone a un doctor alguno de vosotros, es como oponerse a Dios.»
Movían los labios, los ojos mirando con rabia.
Seguro que en su mente recitaban las palabras
que Jesús dijo de ellos:»¡Ay de vosotros fariseos, guías ciegos
que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito
y para hacerlo luego hijo del infierno!»
«¡Qué pagáis el diezmo de la menta y el comino
y de lo más importante de la Ley: la justicia, misericordia y fe
no hacéis ni el mínimo!».
«¡Sepulcros por fuera blanqueados y por dentro, podridos!»
«¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo escapáis del abismo?»
«¡No hagáis como ellos hacen. Les gusta lucir ropaje, ser venerados
y ocupar puestos importantes!»

Todo esto pasaba por sus mentes, esperando vengarse.
Y le pidieron cuentas al loco embaucador.
Ya lo tenían delante.
Intervino Caifás airado y urgiéndole:

-“¿Eres tú, Hijo de Dios, el Mesías esperado?
¡Por Dios vivo, responde!”

-“SOY YO-, como decís vosotros”.

El Sumo sacerdote, rasgándose las ropas gritó endemoniado:

-“¡Blasfema!
No hacen falta testigos, ¡Condenado queda!
Llevádselo a Pilato que lo mande a la muerte”.

De la sala de sillas solemne, lo llevaron al gobernador y ante la gente:

-“Es un embaucador, va contra el César. Se dice Mesías y Salvador”.

-“No encuentro culpa en Él”.

Y lo mandó a Herodes -su legítimo juez- de un lado a otro, jugando con el reo como siempre y con todos y también esta vez.

IV. ESTACIÓN: LAS NEGACIONES DE PEDRO

Pedro de Betsaida: casa de la pesca.
Allí el Señor echó la red de su mirada
y allí mismo te escogió donde vivías y faenabas.
Quiso empezar el oficio que te dejaba
para que tú pescaras a los hombres
como tú fuiste, su pesca, en aquella jornada.
Kefas, tú siempre lo seguías con tus arranques,
tus temores y lágrimas y hasta con rebeldía.
Eras inseparable en todos sus caminos para orar,
para ser testigo en el Tabor,
para la angustia aquella noche en el molino.
Aprendiste de Él a confiar en Dios
y curaste al ciego de tu pueblo
y, en su nombre, al tullido del templo.
-“Jesús era la luz”-,repetías muchas veces.
Y tú la repartías como el pan, los peces.

¡Pedro, que te imponías por defenderlo
con aquellos amigos levantiscos
para impedir que hirieran al Maestro!
Por ello te llevaste el reproche
más duro del Evangelio:-“Satanás,¡retírate!”-.

Lo tentaste más que el demonio en el desierto.
Te negaste a que lavara tus pies el Señor del cielo.
Y te rendiste a sus palabras antes de perderlo.
Que era más vivo el fuego de tu amor a Cristo,
Mesías e Hijo de Dios, lo confesaste en Cesarea de Filippo.
Esa fue la clave que dice de tu nombre nuevo.
No fuiste tú, era tu fe, la roca y el cimiento.
Claro, que en el Pretorio, pusiste por delante el miedo.
No creo que lo negaras.
Solo pretendías librarte al decir no conocerlo, aunque tanto lo amabas…
Tú con Juan, saliste corriendo detrás a comprobar
el sepulcro sin muerto.
Tú lo escuchabas siempre con el corazón ardiendo como los de Emaús.
Tú, por no perderlo, estuviste dispuesto a que te lavara la cabeza.
Te jugabas su amistad y su Reino.
Lo defendías siempre
y lo anunciaste por todos los caminos.
Lloraste arrepentido al anunciar el gallo el nuevo día,
porque dijiste no conocer de nada al que era tu Señor y tu amigo.
Eras el Papa, el primero. Lo confesaste como enviado del Padre.
¿Cómo te echó atrás el miedo? ¿Lo negaste, Pedro?
O ¿simplemente te librabas de su suerte ante el peligro?
El “satanás” de un día, fue declarado por su fe, fundamento de la Iglesia y testigo.
Tú Kefas, como todo santo,
fuiste pecador arrepentido.
A Ti, Pedro, escúchame hoy, te suplico:
¿No tienes que negar a nadie ahora y en los pasados siglos?
¿Tú conoces en algo a los que ahora le seguimos?
Pues dinos que no nos parecemos a Jesús,
que no ves en nosotros su humildad y su luz.
Te pido que nos niegues a nosotros que decimos seguirlo
como representantes o vicarios de Cristo.
Di que no nos conoces y que tienes miedo de que lo desfiguremos.
Es tu hora, Kefas, niéganos antes que el gallo cante
y se alce el telón del día definitivo.
Llora. Pero niéganos antes de que sea tarde para darnos cuenta del extravío.
Que no nos engañemos con nombrarle y nombrarle sin hacer su querer y lejos del Camino.
¿No ves a Jesús desfigurado por los que ahora le seguimos?
Niéganos, Pedro, niéganos, mirando arriba y abajo. Ahora tienes motivos.

V. ESTACIÓN: JESÚS ANTE PILATO

Sujeto como un perro lo llevaron de casa de Caifás al Pretorio.
No entraron para no contaminarse pisando la casa de un pagano.
Era la Pascua. Tuvo que salir Pilato. Era aún muy temprano.

-“¿Qué os hace madrugar?
¿Tan grave es la acusación de ese ser humano?”

-“Si no fuera un malhechor no te lo traeríamos”.

-“Encargaos vosotros de juzgarlo, dejadme”.

-“Los judíos no tenemos poder de matar a nadie.
Éste amotina la gente contra el César,
prohíbe sus impuestos, se dice nuestro jefe”.

Pasó con Jesús al Pretorio…

-“¡Haz el favor de responderme!
¿Eres tú su rey, como dicen?”

-“¿Tú no lo sabes? ¿Te lo ha dicho mi gente?”

-“¿Qué voy a saber yo de vosotros, te parece?”

-“Pues has de saberlo: Yo soy Rey. Pero no te alarmes.
Mi Reino no es de este mundo. No te inquietes.”

Fuera no cesaban a gritos las acusaciones…

-“¿No oyes?”

Jesús no contestó nada, con admiración del presidente.

-“Oídme, no encuentro culpa alguna en éste”.

-“Amotina al país entero de oriente a occidente.
Empezó en Galilea y no cesa de amotinar a gente”.

-“¿Galileo es el hombre? Llevádselo a Herodes, que a ese juez le pertenece”.

Herodes disfrutó de ver tan de cerca al famoso profeta
y quería conocerle.
Pilato había tenido con él un detalle.
Ya, enfadados de tiempo, vinieron a las paces.
El griterío de las acusaciones no cesaban
y Herodes asqueado, le puso una vestidura blanca
por burlarse de él con su guardia y a Pilato lo mandó de nuevo.
Él convocó a los magistrados, sacerdotes y pueblo.

-“De lo que le acusáis, yo nada encuentro.
Herodes tampoco y me lo ha devuelto.
Le impondré un castigo y lo dejo suelto”.

Enfrentaron Jesús a Barrabás.

-“¿Quién de los dos?”

-“¡Suelta a Barrabás, está preso por criminal!”

Para salvar a Jesús, lo intentó de nuevo.
Y lo mandó azotar.
Los soldados ante mucha gente lo desnudaron,
le echaron encima un manto.
Hicieron con espino un casco y, por cetro, una caña en su mano.
Fue una burla.
Le empujaron:
“¡Adivina, adivina quién te ha dado!”

-“Os lo saco fuera para que sepáis que no tiene pecado”.

Apareció rey de burla coronado. Y en vez de amansarse, gritaron:

-“¡¡Crucifícale!! ¡¡Crucifícale!!”

Viendo el procurador su fracaso,
lavándose las manos dijo: “soy inocente de esta sangre:
¡Llevádselo!”.

VI. ESTACIÓN: FLAGELACIÓN Y CORONACIÓN DE ESPINAS

Encadenadas las azucenas de sus manos,
herida la Dignidad Suprema
junto a la columna firme,
Él agachado a la fuerza, ofendido y humillado,
al instante una lluvia de azotes
le caía cruzando el muro nuevo
de su cuerpo, su pecho y su costado,
deshojándose en pétalos su piel
que bajaban con su sangre hasta agotarlo.

Miradas al vacío, ojos enrojecidos
asomados al arco de sus cejas…
Quebraba en quejidos la Voz sonora del Profeta,
ahora, predicando callado muy unido a sus hijos, despreciados en los siglos.

Hay voces que rompen el silencio:
¡Mirad al curador que me ha curado!
(el ciego del camino)
¡Mirad al Señor de los cielos!
(el espacio y los astros)
¡Mirad al Hijo de Dios y de María!
(dicen los santos)
¡Mirad al Nazareno que se hizo Pan de cada día!
¡Mirad al Santo!
(dice la Iglesia todavía)
¡Mirad a Quién nos mira y no cesa de mirarnos!
Imitarlo en humildad es muy difícil.
¡Mirad la Suprema Dignidad herida!
Miradlo que nos mira, nos suplica:
“Miradme hecho un guiñapo”.

VII. ESTACIÓN: JESÚS CARGANDO CON LA CRUZ

Escuchemos atentos cómo era la Cruz
que llevó el Señor en su bendito cuerpo.
Su nombre viene del sánscrito: Krugga, significa callado.
Fueron los persas los primeros en usarla,como castigo máximo.
La importó y extendió por sus dominios, Alejandro Magno.
Esta crueldad la asumieron también en Palestina los romanos.
Nunca un reo, en ningún caso, llevó sobre su espalda unos palos cruzados.
Echaban en sus hombros un tronco vertical,
un fuerte palo que «suplicium» llamaron.
Con ese travesaño cargado, caminaba al lugar azotado,
donde otro palo vertical, no muy alto, ya hincado en tierra de antemano,
recibía al reo ya clavado de manos
y, alzándolo, lo cruzaban con el llamado» stipes».
Y sujetando los pies que colgaban con un enorme clavo
se quedaban cruzados y formaron la Cruz
que por Jesús, crucificado en ella, veneramos.
Terminada la burla y los tormentos (sin saberlo, había dado honores al Señor verdadero),
dispusieron los soldados la cesta con las sogas, el martillo y los clavos.
Le endosaron su túnica preciosa y le quitaron la púrpura.
El patíbulo estaba ya preparado.
Echado sobre los hombros, lo ataron a sus brazo y salió del pretorio.
Apenas daba un paso.
No veía el camino, sus ojos enturbiados.
Tropezó varias veces, cayendo y levantando.
Llevaba un moratón en la mejilla, roto el cartílago y sangrando.
Desde entonces hacemos la cruz los cristianos
de la frente al pecho y de un lado al otro lado.
Por ello la cruz es nuestro icono bendito y venerado
para con reverencia, renovar en nosotros, el amor con que fuimos salvados.

VIII. ESTACIÓN: JESÚS AYUDADO POR CIRINEO

No podía caminar. Alzaba un pie, el otro lo arrastraba.
Respiraba muy mal. Daba grima, desfigurado iba.
Vieron que no llegaba y buscaban ayuda entre la gente.
Muy cerca, casi encima de Jesús, estaba un tal Simón de Cirene.
Lo seguía muy de cerca, iba compadecido. Lo vieron fuerte. Y aunque obligado,
pues le daba vergüenza de que lo tuvieran a él por condenado,
él mismo ayudó a descargar el palo de los hombros del Señor sobre su cuello.
El reo respiró hondo y se repuso un poco.
Le habían quitado el peso del pecado del mundo.
El Calvario era un estercolero fuera de la ciudad para la sangre de los excomulgados
no manchase aquel recinto santo.
En aquel lugar apartado, había clavado en tierra un palo esperando
ser Cruz para abrazar al mundo y bendecir a todos hasta el tuétano.
Al nazareno le golpeaba el corazón por todo el cuerpo.
Seguían por el camino. Jesús vuelto a Simón, le dijo:

-“¿Pesa mucho?”

-“No, lo llevo bien. Lo que me pesa es el bochorno.
Me da vergüenza que mis hijos lo sepan. Alejandro y Rufo…”

-“Confía en mí. Mi Padre proveerá”.

Se oyó un grito: “¡Adelante y callad!”. Era un soldado que iba casi a la par.

El reo abrió su mirada al horizonte.
Quería apresurar.
Le pesaba también la vergüenza de aquel hombre.
Cuando iban llegando, se adelantó la guardia a disponer lo necesario.
Jesús, mirando a su ayudante, balbució:
-“¡Ya llegamos!”

El Cirineo, antes de retirarse preguntó:

-“¿Tienes a última hora algún encargo?”

-“Si puedes, habla con Juan y con mi Madre.
Son esos que están, mirándonos.
Te contarán de mí y cumplirán mi encargo”.

(Este Simón murió siendo obispo de Arabia
en la ciudad de Borsa, todavía cargado con el palo).

IX. ESTACIÓN: JESÚS SE ENCUENTRA CON LAS MUJERES DE JERUSALÉN

Empezó aquel camino. Era distinto.
No iba a predicar, ni a curar, ni a aliviar a los vecinos consolando.
Iba despidiéndose de todo.
Sentía la «última vez» al pasar por las vías, sus recodos, atravesando rostros.
Los rumores lo acompañaban por las calles, como un salmo ronco.
Apenas lo vieron solo caminando, las mujeres de la familia, rompiendo el protocolo,
se acercaron como era costumbre con el vino y la mezcla de mirra para aliviarlo.
Prorrumpieron en un llanto florecido, como un vuelo de pájaros.
-“No lloréis por mí, llorad por vuestros hijos, se acercan días malos”.

En Jerusalén, en la vía dolorosa, se indica el lugar de encuentro con ellas y su Madre.
De aquel momento, nadie sabe.
Fray Luis de Granada, le da voz al silencio:

Y Jesús atento a su mirada le decía, “¿Porqué viniste aquí, paloma mía, Amada mía, madre mía? Tu dolor acrecienta el mío y tus tormentos me atormentan.
Vuélvete, Madre mí. Vuelve a tu posada, que no pertenece a tu pureza esta compañía.
Tu inocencia no merece este tormento, ni este es tu oficio. Si lo haces, templarás el dolor de los dos. Vuelve al arca, paloma mía, hasta que cesen las aguas del diluvio. Vuelve. Aquí no tendrás reposo. Allí, en oración, pasarás el dolor”.

La Madre contestó: “¿Porqué me haces esto, Hijo mío? ¿Porqué me mandas que deje este lugar? Tú sabes, Hijo, que no hay otro oratorio mejor para mí que estar donde tú estás.
¿Cómo puedo partir de Ti, sin partir de mí?
Me tiene ocupada tu dolor porque a ninguna parte puedo ir sin ti,
ni cosa alguna puede, ni pido me dé consolación.
Dentro de ti tengo mi morada. Tú, por nueve meses, estuviste en mis entrañas.
¿Porqué no tendré yo por tres días por mía tu morada?
Si me recibes, seré yo contigo crucificado, crucificada.
Contigo sepultado, sepultada.
Contigo beberé el vinagre y la hiel.
Contigo penaré en la Cruz y junto a ti, expiraré”.

Con estos pensamientos y de esta manera, anduvieron el trabajoso camino
hasta llegar al lugar del Sacrificio.
La Virgen soñaba:
-“¿Cuándo aparecerá mi más bello Lucero?
Mi corazón, despierto está y ya quiero cantar.
Despertad vosotras, cítara y arpa, apresurad la aurora.
El gallo, invitado está con su canto a romper la noche.
Apresuraré el alba, invitando a los gallos que despidan las sombras.
Yo tocaré mi arpa y recorreré cortinas de sombras
y asomará el Lucero como un broche de oro en la raya del cielo.
Que la luz del día se monte en su caballo blanco,
luciendo los triunfos de su cuerpo marcado
y las insignias gloriosas del Resucitado.
Es mi Amor, es mi vida, es mi hijo, es mi Amado.
El amor nunca muere, ¡enteraos!”

X. ESTACIÓN: JESÚS ES CRUCIFICADO

Entre dos soldados, adelantaron a Jesús junto al palo vertical allí clavado.
Le quitaron la túnica, esta vez con cuidado.
Lo echaron al suelo y ataron los brazos y empezaron a romper sus muñecas los clavos.
Se retorcía el Señor y tronaban los golpes como si atravesaran toda la tierra.
Simón se acercó a la Madre de Jesús y a Juan, cumpliendo lo acordado.
Se abrazaron conteniendo el llanto.
Siguieron fijos los ojos en aquel espectáculo.
Gracias, dijo la Virgen, por haberle ayudado.
Le indicó donde podrían verse en la ciudad, no tardando.
¡Shalon!…
Simón conoció mejor a Jesús en esos diálogos y se hizo un seguidor apasionado:

-“Aquel travesaño me contó lo que ahora os digo.
Todavía siento su peso, como abrazo.
Yo creo también. Él me ha marcado”.

Seguían con la faena de clavarlo.
Las manos que pusieron el sol y encendían las estrellas,
al ser atravesadas, hacían temblar el firmamento al par de ellas.
Las manos que extendieron el mar, al clavarlas,
estremecían con dolor todas las aguas.
Las manos que sanaron al ciego y al tullido,
las que despertaron a Lázaro y a la hija de Jairo,
sujetas ahora, tronaron:
“¡Aún tengo poder para curaros. No he muerto!”

Las manos que acariciaron a los niños y aliviaron enfermos,
se estremecieron en aquellos bendecidos por Él, en los tiempos pasados.
Las manos con agujeros podían sujetarnos todavía
desde la cruz donde lo habían subido, desde la cima.
Allí apareció su rostro iluminado.
El Tabor recordaban Pedro, Juan y Santiago.

XI. ESTACIÓN: PROMESA DEL REINO AL BUEN LADRÓN

Buen ladrón.
Bueno, porque supo robar lo mejor al Mejor, y en la hora postrera.
Él tuvo compasión del Profeta muriente.
Confesó sus culpas y exhortó al compañero.
Confiado le suplicó un recuerdo al llegar a su Reino.
Y en la hora oportuna, lo consiguió.
La Promesa del Hoy, todavía se disfruta.
¡Ay, Señor, concédenos a los ansiosos de fortuna
conseguir tu Amor, la única riqueza que perdura!
Enséñanos, al acudir a tu Cruz, que Hoy es todavía para robar tu Amor
y que nos robes el corazón, agarrado a las zarzas del mundo,
y seas para nosotros tan Buen Pastor, como un Buen ladrón.

-“Dimas era su nombre -dice el de Arimatea-, posadero y atracador.
Hasta los rollos de la Ley del templo robó”.

Y tras su arrepentimiento y su dolor,
fue el primer canonizado vivo por Jesús mismo, desde la sede de la Cruz.
¡Qué bueno, qué Presa se llevó!
¡La última obra del Señor!
¡Qué buen ladrón!
Enséñanos, Señor, al acudir a tu Cruz, que el Hoy es todavía.
No acaba nunca tu compasión.
Se ve que a Jesús ya lo conocía y robó el mejor tesoro que las riquezas que del templo usurpó.
Señor, aunque hayamos perdido la vida, concédenos a la postre el perdón.
Que la misericordia hace la noche día para tomarte y que nos tomes.
Estoy aquí, Buen Pastor, Buen Ladrón, no me abandones.
No te vayas sin mí.

Después del destierro, María, ayúdanos.
Muéstranos a Jesús, fruto tuyo y Bendito.
Llama a la Puerta Tú, si la encuentro cerrada.
Nos abrirá tu Hijo,
nos franqueará la entrada del Paraíso.
Reina y Madre de misericordia,
serás siempre conmigo.

XII. ESTACIÓN: JESÚS ENTREGA SU MADRE A JUAN

Sus ojos enrojecidos como un faro, alumbraron a su Madre y al apóstol amado.
Estaban cerca y sacando la voz con trabajo, como si fuera un parto,
se le oyó: “Mujer, cobíjate en mi amigo. Juan, recibe a mi Madre”.
Era el último trance en su Pasión: dejar en herencia y en la Cruz
a quien tanto quería y lo dio a luz.
Tanto, que fue el dolor último que le hizo morir.

Pero Jesús, ya puedes consolarte.
Detrás de Juan encontrará la Iglesia millones de hijos
que buscarán tus labios para decirle ¡Madre!
Y con gozo, rezarle con rosario de lágrimas, de cuentas de madera o de azabache.
En todos los siglos, en los cuatro continentes,
santos y pecadores, ricos y pobres,
en todas las lenguas y las razas,
a Ti, Virgen María, te llamaremos ¡Madre!
para que no eches de menos a tu Hijo
que, en la Cruz, con Él nos engendraste.

Queriéndote a ti, queremos consolarte.
Te dejó con nosotros y tienes casa en todas partes:
en las chozas como en las catedrales
y millones y millones, en nombre de tu Hijo, te llamaremos ¡Madre!.

Señor, echaste la última mirada y viendo en Juan a todos, la dejaste.
María, ahora nos sentimos en tu casa, a tu abrigo,
sintiendo tu amor como una buena Madre.
Nosotros te acogemos y tú nos acoges.

Jesús se sentía morir solo.
Como Dios abandonado de los hombres.
Como hombre abandonado de Dios.
Aquella noche oscura aventajaba a todas las torturas.
Era el precio de su amor entre Él y nosotros y entre nosotros todos.
Allí nos engendró como Hijos de Dios,
allí nació el bautismo, el perdón, la Eucaristía,
la Iglesia en comunión.
Allí llegó la hora bendita y esperada de nuestra Redención.
Allí durmió brevemente en la Cruz, soñando su Reino para todos,
hasta que Jesús a la mañana siguiente despertó.
Y sigue Vivo.

Creer es tomar parte en su Resurrección.
Hijos resucitados con el Hijo de Dios.

XIII. ESTACIÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ

Alzó sus ojos buscando el cielo,
sintió más que dolor, un frío
que de los pies, le subía por el cuerpo
y aquel malestar que deja sin brío.
Es el frío. Es la fiebre atada a la cabeza.
Es verse morir desnudo y parecer, aunque no sea,
que se aleja Dios y los hermanos y que solo has de pasar la Frontera.

-“¿Me has abandonado en este momento, Dios mío?
¿Dónde están mis hermanos y enemigos?
Se me borran los ojos.
No veo nada, ni a nadie
y vuelvo a sentir el frío que me rodea
y me sube como una enredadera.
Me llega al corazón y a la cabeza.
Ya no puedo…Todo se acaba ahora…y todo empieza”.

Y como si un rayo le alcanzara la sangre, vio una Gran Luz por dentro.
Era su Padre Eterno.
Con ese resplandor, embelesado en Él, murió al momento.
Sin morir no se le puede ver. No se le puede ver y quedar vivo.
Inclinó la cabeza, como un HÉROE humilde y sereno,
se fue tornando lívido manifestando así su acabamiento.
Se conmovió la tierra y el cielo salió presuroso a recibirlo.
Sin que nadie lo diga y sin decreto, fue el primer Sacrilegio.
Se cortó el zumbido enorme de la tierra que gira.
Se hizo silencio en todos los espacios.
Lanzó Jesús su último suspiro.
Se asomaron los ángeles a ver qué sucedía
y bajaron a besar todas sus heridas
y volvieron al cielo a esperarlo entre aplausos.
Todo quedó cambiado.
Pasó la hoja de la Historia
y quedó este periodo nuestro inaugurado.
Su muerte fue éxtasis y delirio.
Cerró los ojos y se embriagó en abismos.
Bajó a los infiernos y llegó a rozar la frontera del Dios-Trino.
Un éxtasis, porque salió de sí.
Un delirio para Dios y sus hijos:

-“Padre, toma mi espíritu. Perdónalos. Mi Madre, para todos.
Ya en tus Manos, abro la puerta a mis hermanos”.

¡Qué delirio entre el cielo y la tierra!
¡Qué oración más bien hecha!
Sonó en el arpa de la cruz,el salmo 21:
“Dios mío, Dios mío ¿Me has abandonado?
¿Escuchas tú mis voces? A Ti clamo.
En el seno materno, a Ti fui confiado.
Ahora me siento derramado como agua,
mis huesos quebrantados.
El corazón como cera caliente derretido en mi entraña.
La lengua se me pega de sed al paladar como teja.
Taladrados mis manos y mis pies.
Y mis huesos se cuentan.
Miradas altaneras me desprecian.
Siempre atendiste al humillado y le diste respuesta.
¡Viviré para siempre!
La muerte se ha acabado”.

Tembló toda la tierra.
El velo del templo hecho pedazos.
Explotan las rocas y se abren los sepulcros.
La música se torna en un inmenso trueno.
El miedo congeló corazones y sentimientos.
No podía ser menos.
Acaba de expirar dulcemente el Señor de la tierra y el cielo.

Óyenos, Piloto de esta nave de la tierra nuestra
que surca los espacios hasta el Alba.
¡Oh! Cristo de la Paz, alzado en la atalaya de la Cruz
y puesto en ese altar de tu capilla
donde nos guardas y nos miras,
cierra tus ojos bien, duerme y vigila
para que yo me sienta en tus entrañas
detrás de tus pupilas.

XIV. ESTACIÓN: JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO

Había desfallecido, muerto en lo alto.
Llegaron los soldados con la lanza.
Atinaron a abrir con un golpe exacto el corazón
y le abrieron un ojal en el pecho del que brotó agua y sangre en el costado.
Con sogas, igual que lo subieron los soldados,
descendieron el cuerpo ahora sus amigos.
De los brazos duros del madero que hería
a los brazos blandos y amables de María.

-“¿Qué cuerpo trae mi Hijo?
¿Quién con tanta bravura te ha borrado todas mis caricias?
¿Qué poder ha robado a tu Padre, al Hijo Predilecto, que es mi Vida?
¿Quién te ha puesto así el Rostro tan afeado, siendo el más Hermoso de todos los nacidos?
¿Quién te ha roto esos labios de tanta gracia derramada en ellos?
Deja que acune tu muerte y unja tu agonía.
Ven cerca de mis entrañas que criaron tu vida.
Hijo del alma, deja que lea tu Palabra, saliendo de tus labios y bordada en tus llagas.
Deja que me consuele en tu Verbo hecho grito en la Cruz
y que siento de nuevo clavado en mis entrañas.
Aquí tengo a tus amigos, José de Arimatea y Nicodemo.
El primero, amigo de Pilato, le suplicó tu cuerpo destrozado
para recibirte en su sepulcro nuevo.
Trae una sábana de Egipto, larga cuatro metros,
para envolverte con tanto amor de amigo.
Está Nicodemo, no menos rico, con cien libras de áloe y mirra
para ungir con tanto amor tu cuerpo.
Se afanaron,después de la tormenta y en silencio
y bien embalsamado, en darte sepultura.
Ya tienes en la tierra tu primer monumento.
No saben ellos la herencia que dejaron al mundo venidero:
la sábana misteriosa,
la tela que contaría los últimos momentos de tu vida como un quinto evangelio.

En ella leerán los que no te conocieron, tu Pasión y tu Muerte
y las huellas de un Misterio que dejó para siempre esa impresión
del vigor y la fuerza de tu Resurrección.
Esa tela es el último girón que abrazaba tu cuerpo
cuando nuestros brazos no podían ya abrazarte, Señor.

Los dos ricos en amor, más que en dinero,
salieron cabizbajos y callados del huerto.
Recordaban los días de aquel Profeta predicando en aldeas y en el templo.
Tu voz resonaba en sus oídos:
“¡Convertíos, ya se ha acabado el tiempo!
Creed con fuerza en mi Evangelio”.
Para ellos dos estás aún vivo,
pues no es fácil que muera la amistad y el amigo.
Y menos fácil es, que un Hijo que muere, quede muerto, porque está en la madre más vivo.

Por ello, oíd lo que digo arrobada en delirio:
“correré las cortinas de la noche
mandaré a los gallos que lancen sus gritos y adelanten la aurora.
Y yo, su Madre, vea al que di la vida salir del sueño de la muerte a confirmar la Buena Noticia.
¿Cuándo te veré yo aparecer, Lucero que des luz a mis ojos de nuevo?
¿Cuándo aparecerá en mi horizonte ese cachorro vestido de Luz y de Alegría?
¿Cuándo llegará la Pascua que nos tienes prometida?
¿Cuándo me abrazarán tus brazos, vida mía?
Lo presiento, lo anuncio como Magdalena
y las santas mujeres que oyeron y decían:
“¡No está en el huerto, ni nadie lo ha llevado.
No está aquí. Ha Resucitado al tercer día!”