Estás muerto, Señor, muerto por amor. Has entregado tu vida para que nosotros sepamos que el Amor existe, que no es solo una bella palabra, una dulce esperanza que se quiebra ante la realidad de nuestros egoísmos de cada día. No, tú te sometiste a la muerte porque nos querías más que a tu vida, porque te quisiste igualar hasta en eso por darnos la verdadera felicidad, la definitiva, la que nos acerca al Padre, origen de todo Amor.
¡Qué paz emana de tu cuerpo, Señor! Atrás quedaron esos sufrimientos físicos de tu Pasión y la amargura de la traición, del abandono, de la incomprensión de esos discípulos a los que de una manera especial les descubriste tu amor y les invitaste a compartir tu propia vida divina en la Última Cena.
¡Qué dulce es ahora tu rostro, Señor de la Paz! Esperas contra toda esperanza, unido a esa humanidad que todavía hoy sufre y muere porque dentro de ella hay quienes la oprimen y la matan.
¿Para qué amar, Señor? Fíjate qué hemos hecho de tu amor entregado sin condiciones, sin esperar agradecimiento, sin esperar nuestro amor…
Solo porque nos quisiste tanto, siendo Dios, bajaste a nuestra condición para ser nuestro amigo y conducirnos de la mano hacia el Padre. Y por amar te mataron y por ser hombre acabaron con tu vida como siguen haciendo con esos otros cristos crucificados por la guerra, el hambre, la violencia, la envidia, la hipocresía…
En fin, Señor, ¿para qué amar si no te aman, si no entienden tu amor, si te rechazan incluso en nombre de Dios? Es lógico, Señor. Es nuestra lógica: “no tiene sentido el amor sin una recompensa…”, “hay que ser prácticos…” Y, por esa lógica, Tú, Señor, ahora estás muerto.
Pero no, Señor, Tú no estás muerto porque te sentimos vivo y resucitado en nuestro corazón, sentimos tu amor, tu amistad, la que nos inunda de esperanza cuando, como tú, cargamos con las cruces que nos encontramos en la vida y sabemos afrontarlas con ese mismo afán con que tú lo hiciste.
Y es que lo tuyo, Señor, es un amor que solo por serlo, es signo de salvación. Y aunque su peso a veces nos hace tambalear y caer en la negrura de la muerte, del egoísmo, del desengaño o la incomprensión, te sabemos, Señor, a nuestro lado, con tu bendita locura que venció la lógica de la muerte y del pecado, iluminando el camino de la vida en el que Tú mismo, mucho antes, dejaste tus huellas y en el que extendiste con tu cruz un puente sobre el abismo de la nada. Cruz de amor, por la que alcanzaremos a comprender el sentido último y pleno de nuestra existencia, que es Dios.
Señor de la Paz, en este Triduo penitencial, haznos descubrir en nuestro corazón ese amor que nos ha infundido tu Espíritu para que sepamos darnos sin reserva a quienes siguen sufriendo la Pasión y la Muerte, en la certeza de que, con tu Amor, nuestro amor nos hará a todos resucitar a una nueva vida.
V./ Santo Cristo de la Paz
R./ Ruega por nosotros